11.04.2006

Osarial

















Si no se pierde la pulpa envenenada
la blanda carne que enmudece
en rígidas esfinges disfrazadas...

Si no embiste el mármol derretido
su semilla de piedra y argamasa
sobre mis rieles herméticos y análogos
sobre mis bocas de sange y madrugada...

Si no se encuadra tu lengua ensalivada
en el disímil y cavernoso andén
que has abordado y desbordado,
que ha convidado y ha trazado
la bitácora de quimeras tan mojadas...

Si no se incauta la piel que con mordidas
se embriaga de delicia y pasionaria
vuelve y trepa hasta la boca embrutecida...

¿Qué de los osarios revestidos de lamento
y de las grutas silenciadas a aspavientos?
¿Qué de las fisuras, de los huecos escondidos
del mañana que no llega, del desvelo?

Si no se enjaula la erizada historia de la piel
ni la reacción de la carne ante el recuerdo:

¿Qué del desconsuelo?

9.04.2006

Enraizar






















Mano desnuda de raíz
que se inculca blanda de semillas y se esconde
allá donde las cavernas, donde la oscuridad.
Mano que se crece temblorosa
que se ahonda dejando su semilla
que se vuelve raíz, tronco, ceiba milenaria.
Mano que empuja hasta llegar
donde no llegan las manos
donde no se agarran sino vacíos, 
míseros balbuceos de la nada, 
ecos de placer viscoso.

Manos que aran las laderas de la carne,
que desgajan hendiduras y pueblan
de placer y dolor gemidos tímidos
que sepultan, empotran y siembran
tu cuerpo en mi cuerpo
o mi cuerpo en tu cuerpo.
Manos benditas manos.




Manos


esta es mi mano
puede ser tu mano
son todas las manos
no es ninguna mano
no es una mano
mano no es de nadie
mano no ser mia

Jean: como los mahones


Su sosten cargaba mas que esos pechos que han dado vida y placer, cargaban el polvo blanco sin el que no echaba un polvo, que le daba placer a la vida y vida al placer, su sosten era el almacen de donde los hombres de esa mesa comian, bebian, olian y se perdian...

Cigarrillo en mano presagiando el aliento que mas tarde se haria contundente, con las piernas cruzadas en aquella banqueta alta, con un estante de botellas que le servian de fondo a esas piernas que tambien guardan secretos, se sentaba Jean a reirse. El fin del mundo, o de su mundo, la atraparia riendo demencialmente. Las cervezas llegaban y salian de sus manos como un vaiven de olas, como su risa que iba y venia, que venia e iba entre viajes al bano, acompanada o sola, pero siempre sonriente, con un cuento de Blanca Nieves entre pecho y pecho, entre fosa y fosa.

Desde sus ojos la mesa daba vueltas y en el carrusel de aluminio rayado que era esa mesa redonda, los caballos afilaban sus dientes para montarla y sostenida del tubo ella reia, mientras alguna mano se asomaba hasta sus pechos y recogia lo que a risas habia pagado.

El dueno de la barra, un hombre obeso, con la bandera en la boina, en la sortija y con par de gotas tatuadas en los ojos, le agarraba la cintura a Jean, le paseaba sus manos por la plaza de sus piernas, le escondia sus dedos en la fuente y la llenaba de piropos, que como un abracadabra, abria piernas y destapaba pechos, y corria el polvo. Mas tarde se asomaria el tipo que corre el negocio, y como a un objeto mas de los placeres del negocio de placeres que tenian, tambien tocaria los montes blandos que morderia con su diente de oro, que abrazaria con sus toscos brazos adornados con el tipico tatuaje que lee: Perdoname madre mia. Y el hijo de Jean, tambien reiria, la risa demente es defecto hereditario luego de heredar los tragos.

Jean decia quererlos a todos y todos decian querer a Jean.

Entonces me recrimino el silencio; los espectadores estan prohibidos en este circo de alcohol, de placer alucinante, de verdades que se esconden bajo ropas de Milla de Oro (donde ella desfilaba durante el dia). Jean queria que yo tambien riera, como ella, como el gordo dueno, como el chico del revolver que era casi enano o como la puta de traje verde que jugaba al billar con el machote de camisa negra abierta que ensenaba su pecho velludo, su cadena de oro, su peinado impecable y su sortija de piedra negra y hombria desbordante, su actitud de perfume pesado en macho viril de pene grande.


Luego del desfile, de la risa improvisada y antes que partiera presa de todos los demonios y todos los santos que se habia metido al cuerpo le, pregunte su nombre:

-Jean: como los mahones.

Y rei de pena.


Aborto

un vacío perfecto humedece
las fisuras en la ausencia de las sombras.

los pasos tiesos no andados se acumulan
bajo llaves erróneas que se pudren
mirando por cerrojos que no copulan la entrada.

son las claves escondidas, las esfinges silenciadas
y todos los enigmas en desvelo por palabras,
-por cualquier palabra
son mis heridas abiertas en rabia por suturas
que no cosen sus promesas en mi carne
-mi carne que grita en sangre untada.

y al final un vacío: 
que es lo único perfecto.

6.26.2006

Subway



No es la carne que tiembla bajo el golpe
ni es el golpe sobre la carne temblando.
Tal vez sea el rojo tibetano
que anuda por la paz en tus manos
o sea la paz vestida de castigo
desnudando tus nalgas con mis manos
convirtiéndolas en rojo tibetano.
Cuando es esteril la caricia
cuando la sangre sale a asomarse
al encuentro con el golpe de la piel
entonces yo soy el amo
y tu el amo
y no hay amo.
Un pájaro y otro pájaro
sometidos tiemblan.

6.02.2006

Pendulario

Como un péndulo gritando entre cristales
el tiempo envenenado que se pierde...
Las ruinas están dormidas de misterios
y la memoria es polvo sobre el mapa.
El viaje lo trazan los tropiezos
las mandalas derramadas son la brújula,
las huellas de un transitar errático,
y la existencia:
una cruel secuencia de preguntas.

4.29.2006

Pasos perdidos



Junto a los pasos perdidos
todo se ha perdido,
no ha habido tótem ni tabú,
ni esperma ni fuente,
ni espera ni muerte.
Junto a los pasos perdidos
se suturó tu boca,
se oscureció tu vientre,
se derramaron las manos
que en cuerpos no cuerpos
serían no-natas caricias.
Junto a los pasos perdidos
todo se ha perdido,
menos un epitafio que lleva tu nombre
que sobrevive a mis murallas,
que se enuncia en mi boca
como un réquiem maldito
de una historia bendita,
junto a los pasos perdidos.

4.26.2006

Bifurcado



Entrando en mi boca una navaja
un destello de luz bifurcando lo obscuro,
convirtiendo en temor lo que era nada.
Una manada de trampas corre
desesperada por mi piel y mis palabras
como una maroma sobre un cable,
como un atentado en medio de la lengua.
Entonces la amenaza del silencio,
la elocuencia de la herida
tatuada a latigazos en mi carne
y mi temor comulgando dioses en la esquina.

2.28.2006

Acéfalo


Comencé un nuevo viaje en la memoria, tal vez en un intento por retener instantes, imágenes o invenciones; por llenar huecos, por expiar recuerdos o por simple ejercicio. La ruta esta trazada y me ha traído a lo que quiera que sea mi actualidad, ahora intento recobrar lo recorrido y documentar el resto del viaje en su transcurso. www.akephalus.blogspot.com es mi nuevo espacio.
En la foto: Kouros, Gunther Stilling. 1993

2.16.2006

Asfixia



Una tentación de vacío
que me atrapa en su trampa
que me seduce en su ahogo,
que me viene como vómito invertido:
desde adentro.
Se me cuela el adiós entre las venas;
un relámpago de miedo,
un golpe de asfixia.
El sabor del trilce develado
en la mirada inquieta que grita
su desespero aletargado,
su vocación de llanto ensimismado.

2.14.2006

Relato de la eucaristía


Una piedra robusta se desprende
de ti, como respuesta de carne,
hostia endurecida en el deseo.

Tu cuerpo y mi cuerpo, dos espadas
columpiando relámpagos.
Entonces espada con espada,
herida tras herida,
el presentimiento del vértigo:
la ansiedad por caer entre tus vanos
y sembrarme múltiple
y saberme repetido,
ver mi todo en tu todo,
ver desde tus ojos.

2.13.2006

Suplicante















Yo hubiera suicidado mis deseos
para clavarme a ti
como a una cruz,
como a madero fértil que me florece
dentro.
(Mármol líquido,
maná florido,
hostias derretidas.)

Yo pido morir derrotado
mi cuerpo campo de batalla
rehén de tu guerra y tu victoria,
jinete de tus troyas perdidas
esclavo de tus ítacas soñadas.

Yo suplico morir sodomizado de ilusiones
desvirgado de palabras,
quiero morir muerto de ganas.

Yo hubiera,
yo pido,
yo suplico.

2.02.2006

Poiesis



...tampoco es la trampa del verbo
-aunque parezca-
vertida entre amalgamas,
ni es la suerte del deseo oculta
entre sofismas desvelados;
tal vez sea el oficio de someter
a la palabra y ser por ella sometido,
fumar ideas y transitar colillas por el suelo
y creer a la ceniza testigo del humo...

1.18.2006

Las vidas oscuras

Se quitó el guante con la calma necesaria para desesperarlo. Desajustó el vinilo de entre los dedos, donde se adherían más firmemente y luego desenrolló el negro que le encubría de poco más arriba de los codos, mientras lo miraba con desprecio. Lo escupió.

Sus brazos de carne cincelada a punto de reventar, atados hacia atrás, exponiendo la cueva oscura de sus axilas y enmarcando su cara, con unas esposas algo viejas pero sin jubilar aún. Tenía la camiseta de alguno de sus equipos, tan mojada que se pegaba a su cuerpo añadiendo una décima capa a su piel, dejando entrever su cuerpo, imposible de imaginar dominado. El sudor buscaba cause entre la pendiente disimulada que se formaba en la convergencia de cada dos músculos. Se deslizaba entre sus brazos hasta la masculina velludez de sus sobacos, hacía parada y seguía en busca de su delta. Su cuerpo permanecía como un mantel de carne sobre la pesada mesa de madera desde donde se habían extraditado algunos libros ajenos al asunto. Ella subió a la mesa de un brinco para caer felina sobre sus piernas, una araña en cada mano, saboreando su víctima. Entonces le golpeó en la cara con sus guantes negros recién quitados, un golpe como un latigazo, como un relámpago a su mirada que recién despertaba a contemplar imágenes, aún en trance. Sus ojos intentaron abrir, pero el peso de la saliva sobre sus párpados, era como un deslizamiento que mojando las pestañas le añadía peso a sus ya cansadas y en trance ganas de mirar.

Fue entonces cuando se asomó en su campo visual aquel estilete femenino, negro cual caculo casi azul.

-¡Chupa!

El aún deliraba, su boca como una almeja rosada, como una herida fresca sin sangre que se brota como capullo de flor, también deliraba con él.

-¡Qué chupes puñeta!

Metió, sin mucho éxito, el taco del estilete entre su boca virgen de zapatos y le hizo despertar resistencias no imaginables considerando su estado de trance. Se agachó sobre él, enfrentó su cara a su cara. El reconocimiento no se hizo esperar pero ella invadió sus pensamientos con una sentencia que le hizo temer, más que asquearse.

-O lo mamas o te mato. ¡Abre!

El titubeó, trató de verle de nuevo a la cara, pero el estilete se asomó expedito a su boca. La abrió y lamió el estilete. Lo aprensó con sus dientes. Lo chupó. Empezó a llorar.

Los días siguientes transcurrieron de manera semejante, no digamos que normal, porque no era la norma de ninguno de los dos, lamer el sudor o dejarse lamer, ni recibir enemas ni ponerlas, ser jugado y jugar, entre las tantas perversiones ocultas tras los años, tras la imagen. El se fue acostumbrando con el tiempo, del asco al placer, de la dominación a la sumisión, de la voluntad a la animalización. Daba lo mismo agua que orín, golpe que caricia.

En la universidad empezaban a cuestionar su asusencia, la de ella la notaron algunos compañeros de trabajo, tal vez los más cercanos, tal vez los más lejanos, los pocos que le hablan o los muchos que de ella hablaban. Nadie imaginaba que se encontraba adiestrando al director atlético como se adiestra a un perro. Ya luego de algunas semanas de ausencia, cuando la vida deportiva del campus se declaraba el luto ante la perdida de su director, en tiempos de competencias atléticas y cuando la oficina de reclutamiento comenzaba a pensar la idea de abrir una convocatoria para la plaza que nadie notaba vacía, ella decidió que iría a trabajar.

Se dejó su ropa interior de pieles negras. Unas medias negras en veladura sobre sus piernas, una blusa blanca que cubría sus brazos y que le asfixiaba el cuello si no caminaba derecha; una falda distintivamente suya, en tabletas de tela a cuadros en colores oscuros. Todo escogido para disimular en ella toda posible marca de una silueta femenina. Su pelo: el mismo paje negro de hace 50 años. Su delgadez le daba la complicidad perfecta para lucir la imagen de mujer indefensa, sus gestos recogidos en medio de la cara y su andar de pasos presurosos manifestaban una mujer aparentemente tímida.

Siete y treinta de la mañana, día posterior a las competencias atléticas, la universidad en pie para celebrar frente al emblemático edificio histórico, la histórica victoria conseguida. Llegó entre las palmas y por primera vez no tuvo que pedir permiso, el camino se despejaba ante su paso. Todo aquel que la ignoró antes hoy la miraba. Atravesó la multitud, caminó hacia la biblioteca y allí, junto a las bicicletas, amarró al que iba de su mano atado por una cadena, con rodilleras, con máscara y con rabo de vinilo falso, que movía contento. Abrió la puerta, sintió dos fríos diferentes y detuvo el paso. Sonrió. Se encaminó por el pasillo a remendar más libros, a retomar tareas, a ser una esclava de las historias de amor narradas en los libros desteñidos, como se destiñen a la par sus historias.

Entonces él ladró de la emoción.

-¡Uauuuff! !Uauuuff!