12.18.2005

Náuseas oscuras


La noche me lastima la mirada
orinando su oscuridad sobre mi pecho,
haciéndome lamer el sudor acumulado
entre las nalgas de la ausencia.

Se me pega a la piel como una náusea,
parasitario germen del regreso,
complejo de hongo,
saliva iluminada en el espejo.

Yo soy una imagen transgredida
y un espejo de la noche lastimada.
Soy la náusea del deseo ennegrecido,
el semen y el sudor entre tus nalgas.

12.07.2005

En la boca del gusano


Entonces tu boca se perdió con tus palabras,
fantasmas transeúntes por necrópolis confusas.
Tus rasguños en las venas presidiarios
en ataúdes encuadernados y en quimeras.

El viento en el bar del océano,
la estraga endeble del gusano en cuerpo ajeno.

La muerte se da con el silencio y en silencio,
la palabra es sólo el vestido de esa ausencia,
exvoto con suerte de un olvido transgresor.

Aluvión dulce,
espada contrita en vuelo henchido.
Las alas del ángel han visto la sombra,
el viento en la boca del gusano
ve también la despedida.

11.28.2005

Objects in the mirror...

(Esta foto la tomé en una de las tantas pintorescas guaguas del país)

Las lentejuelas se me descocían del vestido, se quedaban colgadas o caían al suelo, o se escondían en la herida de guata de aquel asiento también descosido que ha hecho su vida, a la par de la mía, de Santurce a Río Piedras. Las piernas mitad carne y mitad “foam” se quedaron dormidas como sucede en toda buena fantasía vuelta realidad, abiertas como una boca sedienta de lenguas, costuras de nilón desgarradas en los resquicios de mi encrucijada existencial. Por primera vez sentí que eran mías mis tetas, cuando las agarró desgajándome en fruta, fruta/puta, y las echó a un lado para que yo me extrañara incompleta. Mis uñas, una a una, se quedaron encajadas en los ojales que empecé a dilatar, como hacía cada madrugada al ducharme, cuando me despintaba la mujer del cuerpo de hombre que me subyace y me quedaba pensando en el simpático chofer que me devuelve del espanto de la noche. Es el único hombre que en la 15 me recoge por acuerdo, 5:30 a.m. puntualmente. El único que no me hace sentir mujer con las palabras, que me sermonea hablándome de Dios, luego de yo haber jugado a ser Dios misma y re-crearme como me vino en gana. Yo me hago Eva y me hago Adán, yo escondo la serpiente en el huerto con una artística ciencia. El es el único que piensa en el pecado de quien recoge en la 15- yo pobre diabla como dicen las baladas- porque los demás piensan en el pecado que se imponen y que los hace temblar aún con el cristal arriba.

Hace tres años que vendo ilusiones a un par de hombres y que me pagan por ser lo que me gusta ser. Hace tres años que él me recoje y que veo envejecer sus guayaberas, y aumentar la dosis de almidón, versión genérica de Viagra para las ajadas guayaberas de porteadores públicos. He visto como se añaden anuncios por doquier en su guagua, estatuillas, borlas, arbolitos con olores exóticos que ya no huelen colgando en el retrovisor, pegadizos despegándose, los etcéteras de los etcéteras y sus respectivas madres multiplicándose barrocamente, como un aluvión reproductor de imágenes. He visto como he querido ser querida, ser adorno permanente de ese asiento delantero, de esa brisa de mañana sanjuanera, con olor a macho con sortija de piedra negra en una mano y de indio apache en la primera.

La ruta dejó de ser ruta para volverse anti-ruta, anti-puta. Por primera vez me llamó María, mamita, chulita, putita. Extrañé ser el hombre que su boca siempre nombró, extrañé que me besara y por más que me decía: “Es la nota, es la nota”, no era la nota, era su boca. Era yo inerte, estúpida, yo no reconocida, yo la que no podía, con él, jugar a ser la putita. Y me abofeteó y me desnudó y me mordió las tetas, las que sabía que no eran mías y las que también son mías, y me abrió como asiento de guata, a navajazos, y me escupió y yo sólo leía el letrero que decía: “ Niños de tres años pagan aunque vayan en la falda” al lado de la Virgen María, del Divino Niño y de una puta en el retrovisor que se miraba y sonreía atontada, mientras leía: Objects in the mirror...

Discurso

Esta pintura se titula Discurso. Por un tiempo estuve inspirando mis poesías en obras de arte plástico y quize jugar a crear obras de arte que sirvieran para motivar otros discursos, con suerte literarios, para invertir el proceso al que me había entregado. Las obras que creé subsiguientemente bajo este "estilo" las he llamado pre-textos. Espero les motive alguna sugerencia o de algún modo le inspiren. Son bienvenidas las ofertas de compra.

11.22.2005

Llévame

Esta foto la tomé en Ocean Park. Es una de esas tantas paredes que nos niegan egoístamente la vista al mar, pero que el tiempo ha embellecido,para los que podemos ver en ella alguna belleza, alguna sugerencia.

Allá donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya
-Luis Cernuda

Jinete de mi cuerpo
tus bocas múltiples me muerden
la sal de cada esquina.

Efebo, efebo.

Efebo
que te amordazas contra mis paredes,
que cabalgas mi cuerpo huyendo de tu cuerpo:
no me cansa ser bastión para tu carne,
no me duele ser anzuelo en tu carnada.

11.19.2005

Qué nos pasa Puerto Rico

Foto tomada de: http://www.quenospasapr.com
A diferencia de otros países a los que quisieramos asimilarnos, en Puerto Rico, tal vez la gente lea poco. Alguien me comentó que daba verguenza que aquí la gente no lea en el tren como hacen en Nueva York. Hoy tomé el Tren Urbano camino a un concierto en el Coliseo de Puerto Rico (www.coliseodepuertorico.com). Aunque soy propulsor de la buena lectura y aunque en otros momentos he visto mucha gente leyendo en el tren (aparte de hacer cruising en Borders se compran libros y muchos), yo no hubiera cambiado mi experiencia de hoy, por un grupo de gente que se enajena del otro por más cultural que sea su enajenación. Esa gente en el vagón llevaba un jolgorio, una buya de madre, allí por poco se forma una parranda. La risa era contagiosa, la gente se desenvolvía sin temor al roce. La gente allí cedió su asiento a quien más lo necesitaba -en algunos casos iban tres por asiento-, aguantaron al que estaba a punto de caerse, hicieron una fila puertorriqueñísima -de 10 personas de grosor- para salir pero cortesmente todos salimos. Todo eso entre muchas cosas más y demasiada risa, lo que me puso a pensar en qué nos pasa.
Nos pasa que hay gente que se enfoca en lo malo que nos pasa, eso es lo que nos pasa. Nos pasa que esta mañana en el colmado alguien me abrió la puerta y me dijo buen día, que el carnicero sonrientemente empacó en bolsas mi compra y se aseguró de ponerla doble "pa' que vayas seguro por el camino". También nos pasa que hay mucha gente que hace trabajo voluntario con amor y no en su tiempo de sobra, sino en el tiempo en que muy bien podrían tener una piña colada en la mano, debajo de una palmera en Vieques. Nos pasa que somos amables con el de aquí y hospitalarios con el de afuera. Nos pasan muchas cosas buenas, pero muchas muchas y nos pasan tanto que ya no son noticia por que son la norma. Nos pasa que estamos ciegos a esa parte de la realidad (porque reconozco que la realidad la conforman los extremos y todo lo que está en medio). Nos pasa que no estamos valorando lo que tenemos y estamos enfocados en las carencias.

11.18.2005

Binomio


Foto tomada de: http://inescapable.org


El deseo es lo que surge de la obligación
de tener que sentir, que experimentar,
el cuerpo de la dominación dentro del propio cuerpo
.”
- Mayra Santos Febres
El esclavo pide el olor de su saliva
(Su saliva resbala por mi carne
mejilla abajo,
que se abre en huecos
hilachándose.
censurados,
Pide que sus dedos le encarcelen
como epitafios,
la mirada.
como una pena.
El esclavo ruega sus ofensas
Vidrios de palabras
(vidrios de palabra)
sentenciando el viaje
hiriendo a gritos
a la gravedad.
sus oídos.
No hay ruta al alma
El esclavo quiere beber lluvia dorada
lejos de la carne.
que bautiza su deseo de hacerse nada,
No hay deseo en el alma
bendiciendo su temor adolorido.
lejos de la carne.
El esclavo pide ser sodomizado,
No hay ruta al alma
sometido al deseo de su Amo
lejos.
hasta volverse ajeno
No hay ruta al alma
de su propia suerte
Señor.)
de su propio miedo.

11.15.2005

Desentendido


Me prometo a la muerte como un náufrago 
desentendido de la suerte
desentendido del sentido
amordazado por mi propia lengua
que me (des)construye.
Una razón entonces,
una ventana a lo sentido
y se corona entonces la condena,
se abren las mamparas al olvido
y todo intento de vida es un suicidio.

El enfermo de la cama 10

(Esta se la debo a todos a los que, como a mí, la canción Simón, de Willie Colón, les amargó algún momento de su niñez.)

A Pedro se le cayó el lipstick que robó a su mamá y que probaba por vez primera en el espejo del baño, seguro de que no había nadie.

A José, le entró un ímpetu por domar su bicicleta y mostrar hombría, pero se cayó.

Héctor desmontó a Barbie de la Tonka y se quedó pensando, mirando a Ken.

Carlos se escondió en el libro, se le calentaron las orejas, se le enrojeció el rostro, le sudaron las manos.

Luis no estuvo exento, se trago la hostia pesadamente, mientras la vecina, mala cristiana, limpiaba las aceras del lado de la Iglesia de la Sagrada Familia (Tradicional) al son de salsa.

Todos lloraron. La intimidad les permitió a unos soltar sus lágrimas, a otros sólo se le aguaron los ojos disimuladamente, algunos lloraron hacia dentro, pero todos lloraron y se lloraron. Lloraron el temor que despertaba la letra, lloraron esa sentencia de soledad, de muerte anónima, de enfermedad incurable, de pecado.

Lo que Pedro ni José, ni Héctor, ni Carlos, ni Luis saben, es que sus padres también lloraron, también tuvieron miedo.

-"En la sala de un hospital, de una extraña enfermedad, murió Simón. Es el verano del 93. Al enfermo de la cama 10 nadie lloró."

11.14.2005

Los senos velludos de Primavera


La plaza estaba sucia. Las palomas tienen su precio. La ciudad entera estaba sucia, es la hora en que todos los edificios vomitan su basura. Es la hora en que no puedes caminar sin temer a ser golpeado por una mano que sale del zaguán o del balcón a lanzar una bolsa sobre los adoquines cubiertos de asfalto en una ciudad que no se sabe qué es, que no sabe qué quiere ser, que está montada sobre un tótem de pasado. La ciudad está detenida. El Sol ya alumbra menos que la luz artificial, pero pareciera que aún están en guerra. La ciudad se vacía de hombres de corbata y mujeres de colorete y perfumes abominables. Los perros van saliendo, los bohemios llegando, los enamorados que deciden buscarse a besos en San Juan llegan con ellos, las vecinas van despuntando rolos en sus pelos “clairol boricua blond”, prendiendo sus novelas, guisando habichuelas, las habichuelas nuestras de cada día; las nuestras, porque no nos metemos con las de nadie. Los billares empiezan a recibir sus personajes. Y los camiones que recolectan la basura, como una guardia, con sus movimientos de torres de ajedrez, en su obsesión de limpiar el tablero multicolor de la isleta, han comenzado su marcha.

El único sitio seguro parecía ser la plaza, aunque allí los seudo-intelectuales vomitan también sus desperdicios, o se los fuman o se los beben en un café que se mezcla con sus barbas tipo Che Guevara o con sus faldas de la India hechas en Taiwán y que compran en alguna tienda de dueño árabe que las trae desde Estados Unidos de América y que las vende algún dominicano sin papeles que cobra menos del salario mínimo y maldito sea el capitalismo y la explotación obrera y qué rico huele el pacholí y qué rico sabe este café y amamos todos a Roy Brown, odiamos todos la globalización y mierda, mierda, mierda. Aún así, la plaza parecía el espacio menos ofensivo. La Fuente de las Cuatro Estaciones, que usualmente es una fuente de cucarachas, milagrosamente tenía agua, un agua que de seguro ahogó a esos pequeños insectos que besaban religiosamente los cuerpos tallados en mármol, que les gustaba lamer el lápiz labial de los labios de Verano, o la sangre de musgo que nacía en el ombligo de Primavera, la Primavera de los senos velludos. Entre los cuatro había un quinto. Una escultura verde, gris, marrón y azul. Estaba vecino a mí, de ropas ajadas del color del tiempo que pasa, del color de los adoquines, de un color triste. Su mano echaba atrás como una máquina, tomaba el agua, mojaba su cabellera que tenía ya el color del agua, sacaba una peinilla del bolsillo de su camisa de rayas verticales oscuras, se peinaba y seguía con su gesto de espera. Todo lo que circunda es movimiento, él estático, sentado en el círculo que es la fuente. Miraba fijo al frente, se peinaba, se mojaba, seguía esperando. La secuencia fue la misma por interminables minutos, aunque los minutos a los sesenta segundos se terminan, aquellos por repetitivos duraban mucho más. Tan quieto estaba, que las palomas en su cabeza cagaban como en cualquier estatua, que los perros lamían la costra de sus pies, el verde amarillo de sus uñas. Parecía como si siempre hubiera vivido allí, como si siempre hubiera vagado en esa isleta, la escultura más antigua de San Juan. San Juan Bautista mismo, bautizándose mil veces, perdonándose el pecado mortal de saber. De saber que no sabemos nada y lo queremos saber todo. Tal vez, no sé.

Se puso de pie. Fue una sorpresa. Caminó hasta el zafacón más cercano, se asomó y sacó un vaso, otro vaso, lo lleno de agua, como estaban llenos los muchos vasos que frente a él tenía y que yo no había notado. Todos los tamaños, de todas las tiendas, de todos los explotadores locales o extranjeros, de todos los colores, todos hermanados por la misma agua, agua bendita encucarachada de las Cuatro Estaciones. Se había hecho un altar de vasos que anunciaban todos los fasfúds del área. Entonces los mudó uno a uno a la próxima estación, donde repitió el ritual de bautizarse, de peinarse, de mojarse, de buscar vasos, de esperar, como una tarea compulsiva e infinita, como el ciclo mismo de las estaciones.

La ciudad seguía escondiendo el día al que daba paso. Los camiones lo guardaban en sus grandes bocas. Como si se llevaran ese día a otro lado, para que otros lo vivieran fuera de la capital, más allá de la bahía. En la isla. La ciudad es una máquina, un gran robot. San Juan es una ciudad sobre otra ciudad. La ciudad antigua está abajo, como los adoquines bajo el asfalto. Arriba está la ciudad máquina, la que lo compone todo, la que quiere respetar tanto el pasado, que lucha a morir con su futuro, la que preserva el encanto de antaño. Los truenos comenzaron. Parece que se confabula el cielo a limpiar las calles, callejuelas, callejones...

El hombre se decidió a mover nuevamente sus vasos, a rotar en el círculo de los tiempos, a sacralizarse, mientras pasaban ángeles con alas hechas de ramas de palma y rosas hechas con ramas de palma, saltamontes hechos con ramas de palma, como un dios tropical vendiendo su alma de palma. Buscó más vasos, los llenó de agua, los añadió a su colección, y la fuente cada vez quedó más seca. Los movía uno a uno. Tan lento era el proceso, que parecía que él rendía tributo a cada vaso, y que luego se sentaba entre ellos como entre velas.

El turno hacia la próxima estación se acercaba, ya éramos nuevamente vecinos. Ya tenía que pensar en desplazarme y dejarle su espacio. Entonces comenzó la lluvia, la lluvia con su gran ruido a silencio verbalizado. Los filósofos del café que tanto hablaban de la naturaleza, huyeron del agua, los románticos huyeron también del agua, hasta los ángeles de palmas huyeron del agua. Sus vasos se seguían llenando mientras él intentó taparlos todos. En ese momento deseó ser una deidad hindú llena de brazos. No quería que la lluvia se mezclara con su agua. La lluvia no era verde, verde como su pelo, o su cara cobriza sedimentada en verde como si fuera moho incrustado entre sus arrugas. Se desesperó. Sus manos no alcanzaban, los vasos empezaron a caerse, a desbordarse y él casi gritaba con los ojos. Temía. Hacía un intento por peinarse y mantenerse intacto, pero no podía. Tenía un complejo cruel de ser estatua. Era una estatua. Cruel (des)dicha ser eterno. Entonces una luz cruzó entre las gotas como una pasajera, la lluvia se hizo intensa y allí sólo la potente luz. Todo estaba negro y un círculo de luz se interrumpía con una figura. Ruido de gente. Algo cayó. Se alejo el sonido.

Cesó la lluvia y ya no estaba la escultura verde, gris, marrón y azul. Quedaban algunos vasos que pronto barrió un empleado municipal. Logré salvar algunos y los puse junto a mí, y los llene de agua, porque sé que aquel señor que se ha perdido entre la lluvia regresará. De paso le busqué dos o tres más. La gente ya vuelve a la plaza. La fuente está casi vacía, perfecta para darle la bienvenida a las cucarachas prontamente. Dos cuadras más abajo va un camión de esos que ya he mencionado. Entre las estaciones ahora hay gente seca y sonriente. Demasiado sonriente.