(Esta foto la tomé en una de las tantas pintorescas guaguas del país)
Las lentejuelas se me descocían del vestido, se quedaban colgadas o caían al suelo, o se escondían en la herida de guata de aquel asiento también descosido que ha hecho su vida, a la par de la mía, de Santurce a Río Piedras. Las piernas mitad carne y mitad “foam” se quedaron dormidas como sucede en toda buena fantasía vuelta realidad, abiertas como una boca sedienta de lenguas, costuras de nilón desgarradas en los resquicios de mi encrucijada existencial. Por primera vez sentí que eran mías mis tetas, cuando las agarró desgajándome en fruta, fruta/puta, y las echó a un lado para que yo me extrañara incompleta. Mis uñas, una a una, se quedaron encajadas en los ojales que empecé a dilatar, como hacía cada madrugada al ducharme, cuando me despintaba la mujer del cuerpo de hombre que me subyace y me quedaba pensando en el simpático chofer que me devuelve del espanto de la noche. Es el único hombre que en la 15 me recoge por acuerdo, 5:30 a.m. puntualmente. El único que no me hace sentir mujer con las palabras, que me sermonea hablándome de Dios, luego de yo haber jugado a ser Dios misma y re-crearme como me vino en gana. Yo me hago Eva y me hago Adán, yo escondo la serpiente en el huerto con una artística ciencia. El es el único que piensa en el pecado de quien recoge en la 15- yo pobre diabla como dicen las baladas- porque los demás piensan en el pecado que se imponen y que los hace temblar aún con el cristal arriba.
Hace tres años que vendo ilusiones a un par de hombres y que me pagan por ser lo que me gusta ser. Hace tres años que él me recoje y que veo envejecer sus guayaberas, y aumentar la dosis de almidón, versión genérica de Viagra para las ajadas guayaberas de porteadores públicos. He visto como se añaden anuncios por doquier en su guagua, estatuillas, borlas, arbolitos con olores exóticos que ya no huelen colgando en el retrovisor, pegadizos despegándose, los etcéteras de los etcéteras y sus respectivas madres multiplicándose barrocamente, como un aluvión reproductor de imágenes. He visto como he querido ser querida, ser adorno permanente de ese asiento delantero, de esa brisa de mañana sanjuanera, con olor a macho con sortija de piedra negra en una mano y de indio apache en la primera.
La ruta dejó de ser ruta para volverse anti-ruta, anti-puta. Por primera vez me llamó María, mamita, chulita, putita. Extrañé ser el hombre que su boca siempre nombró, extrañé que me besara y por más que me decía: “Es la nota, es la nota”, no era la nota, era su boca. Era yo inerte, estúpida, yo no reconocida, yo la que no podía, con él, jugar a ser la putita. Y me abofeteó y me desnudó y me mordió las tetas, las que sabía que no eran mías y las que también son mías, y me abrió como asiento de guata, a navajazos, y me escupió y yo sólo leía el letrero que decía: “ Niños de tres años pagan aunque vayan en la falda” al lado de la Virgen María, del Divino Niño y de una puta en el retrovisor que se miraba y sonreía atontada, mientras leía: Objects in the mirror...