3.20.2009

Paseo cortante


Como el sonido de un cuchillo sobre una lija, cuando va y viene de un lado a otro en intervalos exactos de tiempo, buscando afilar sus dos caras, así sonaba la orquesta preñada de violas y violines en resaca. El viento era constante en su golpe sobre la nada y se orquestaba con el bailar de aquella red anaranjada que tendía de los andamios, esqueleto de metal oxdiado que parecía haber sido extraído del edificio neoclásico verdoso al que cubría, en aquella noche oscura, bajando la cuesta de la Norzagaray. Luces de autos intermitentes sobre las cornisas, revistiendo los tímpanos de penumbras vagas, definiendo volutas de cariátides, como disipando temporalmente los secretos de deidades griegas empotradas en frisos tropicales. Las gotas de una llovizna que no conocían una caída vertical, leves, nublando la vista, se volvían cucubanos migrando en manadas, sin rumbo fijo. Atrás el mar iba quedando, golpeándose así mismo con puños de oleaje enfurecido, recriminándose un algo, de lo que no hay constancia. El frío también acuchillaba la piel, que se volvía una lija.

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