3.20.2009

Clave Verde















En la cortina se marcaban las siluetas, todas en un mismo plano, diferentes ritmos y diferentes tonos de oscuridad sobre la tela ayudaban a adivinar quien hacía qué parte de la misma cosa: salvarlo.

Manos vestidas de guantes jugando a ser diosas, rescatando de la muerte un cuerpo que se rinde. Un equipo de mujeres, en su mayoría, vestidas de azul, haciendo a ese cuerpo desconocido respirar, agarrándole la vida desde el rabo y diciéndole aquí te quedas.

Triste siempre es. Da igual un niño que muere acabando de nacer, que no pudo echar un vistazo a la vida, que un anciano que ha aprendido a despedirse con los ojos aguados y una tranquilidad que te llevas por dias en los bolsillos del recuerdo; y sacas esa imágen y la besas y te despides, como si con una despedida se dieran todas las despedidas posibles. Da igual que sea un joven, que su juventud le hace sentirse un rey y lo destrona en el minuto más agudo de su gloria.

Pero no da igual cuando en esa despedida, al otro lado de la cortina, nadie hay a la espera que se sucite el milagro, y se muere solo, sin el signo vital que no se mide.

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