11.22.2011

Reseña de "El tiempo de los escarabajos" por Daniel Torres


Ruiz Laboy, Ángel Antonio.  El tiempo de los escarabajos.
San Juan: Editorial Erizo, 2011.  69 páginas.

Daniel Torres
Ohio University

            La imagen de un escarabajo repartido entre la portada, la contraportada, y en la solapa de atrás del libro, marca el tiempo del título como un reloj poético en tres instancias: “migraciones”, “retornos”, “relicarios”; repartidas en treinta y nueve poemas. La precisión del minutero, verso a verso, va señalando también el ritmo in crescendo de ese “tiempo de los escarabajos”.  Y estos recrean una poética cuiar, como el mismo Ángel Antonio lo ha denominado en su ensayística. No se puede olvidar la dedicatoria del poemario que designa un destinatario: “para tu silencio que es raíz de todas mis palabras” (7).  Los poemas se ofrecen al “silencio” de ese amado “que es raíz de todas [sus] palabras”.  El emisor se vuelca en el receptor como origen de su discurso poético o como una fuente inagotable.
            La primera sección, “migraciones”, con epígrafe de Vicente Aleixandre (“búsqueda inútil de una noche perdida,/ ala de luz que cruzando en silencio/ toca carnal esa bóveda oscura”, 11) inicia la búsqueda nocturna, o migración, en la que se embarca el hablante lírico desde la primera línea: “a veces duele presentir la noche” (13).  Es un habitar “entre las alas de los escarabajos” (13), en donde vive también “la sed de toda luz” (13).  Se inicia así esta colección con un anhelo de “ilusiones que migran al ocaso” (13).  Desde las palabras del primer poema se sienta la pauta de esa poesía cuiar como un presentimiento o una espera de algo.  Esto se aclara en el juego de palabras del tercer poema, “Glandelocuente”: “glande convidando el desboque de mi lengua/ ranura ensecretada en el diente de la piel” (15).  De inmediato se pasa a las zonas erógenas del sexo entre dos hombres: felatio (el acto de dar placer al pene por medio de los labios, la boca toda) y la penetración anal.
            Ya en “retornos”, la  segunda sección, se continúa con esta metáfora erótica: “tu beso es el prepucio de esta carne que no parte” (40).  Esa piel móvil que cubre la cabeza del pene, o el glande, es también “ese verso y ese verbo” (40) creando una poética donde el cuerpo del amado se confunde con el territorio o dominio de la literatura: “maldito beso erecto en la memoria/ tu beso/tu beso es/ mi verbo y mi muerte” (40-41).  El beso (contacto de cuatro labios) se transforma primero en verbo, luego en memoria y, finalmente, en verbo y muerte, en un orgasmo.  Amén de que el “maldito beso erecto” es también un pene en ebullición.  Es un retorno, es una vuelta, es un venirse o devolverse después de eyacular.
            La tercera y última sección es “relicarios”, misma que cierra El tiempo de los escarabajos retomando esa imagen de la muerte en el poema de homenaje a Manuel Ramos Otero. Manuel ha sido considerado por muchos el fundador de la poesía cuiar boricua, con dos textos mayores: El libro de la muerte (1985) e Invitación al polvo (1991).  “Pasaporte a la ceniza”, el poema en cuestión, suma tanto Eros como Thanatos, para regalarnos el ansia del poeta (“y es que a veces no me basta decantar la sed  de tanta compañía”, 58), o la bellaquera esencial que permea todo Invitación al polvo, y que Ángel Antonio recrea aquí como acicate hacia la muerte (“se me hace imperativo irme de ti”, 59) hasta llegar al verso final que define las despedidas como “un desfile de espaldas que se alejan” (59). 
            Los relicarios son los lugares donde se guardan o custodian las reliquias.  Esta tercera parte del poemario abre con el poema “osarial” y contiene otros poemas como “funeral de la caricia” y “mortaja”. Se trata de guardar la memoria de Manuel Ramos Otero como una reliquia para otros poetas cuiar de Puerto Rico, como Víctor Fragoso, cuyos versos (“no falta nada/no soy sino mi último inventario”, 66) cierran como epígrafe en el último poema del libro.  La imagen de la muerte no es absoluta, sino que se torna en toda una resurrección en los versos finales de El tiempo de los escarabajos:
                        doy con la urgencia del rincón más oscuro de tu axila
                        doy con la espalda del tiempo y del recuerdo
                        con los élitros cerrados a la historia de los cuerpos
                        con la resurrección de todas las preguntas.  (66)
Se da con la axila, la espalda del tiempo y la memoria, con “los élitros” (esas alas duras y cerradas, como unas gruesas láminas córneas, de los escarabajos) que se cierran a la historia de los cuerpos, pero a la vez van resucitando todas las preguntas en un recomienzo.
            Es esta poesía madura de un joven poeta, que nos entrega en su segundo poemario un verso pulido y bien pensado con los ecos de maestros como Constantino Cavafis, César Vallejo, José Lezama Lima, Severo Sarduy, Víctor Fragoso, Alfredo Villanueva Collado y Manuel Ramos Otero.  Pero el discípulo Ángel Antonio Ruiz Laboy en El tiempo de los escarabajos los retoma y los entrega engrandecidos en su propia carne hecha verbo.  

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