Ruiz
Laboy, Ángel Antonio. El tiempo de los escarabajos.
San
Juan: Editorial Erizo, 2011. 69 páginas.
Daniel Torres
Ohio University
La
imagen de un escarabajo repartido entre la portada, la contraportada, y en la
solapa de atrás del libro, marca el tiempo del título como un reloj poético en
tres instancias: “migraciones”, “retornos”, “relicarios”; repartidas en treinta
y nueve poemas. La precisión del minutero, verso a verso, va señalando también
el ritmo in crescendo de ese “tiempo
de los escarabajos”. Y estos recrean una
poética cuiar, como el mismo Ángel
Antonio lo ha denominado en su ensayística. No se puede olvidar la dedicatoria
del poemario que designa un destinatario: “para tu silencio que es raíz de
todas mis palabras” (7). Los poemas se
ofrecen al “silencio” de ese amado “que es raíz de todas [sus] palabras”. El emisor se vuelca en el receptor como
origen de su discurso poético o como una fuente inagotable.
La
primera sección, “migraciones”, con epígrafe de Vicente Aleixandre (“búsqueda
inútil de una noche perdida,/ ala de luz que cruzando en silencio/ toca carnal
esa bóveda oscura”, 11) inicia la búsqueda nocturna, o migración, en la que se
embarca el hablante lírico desde la primera línea: “a veces duele presentir la
noche” (13). Es un habitar “entre las
alas de los escarabajos” (13), en donde vive también “la sed de toda luz”
(13). Se inicia así esta colección con
un anhelo de “ilusiones que migran al ocaso” (13). Desde las palabras del primer poema se sienta
la pauta de esa poesía cuiar como un
presentimiento o una espera de algo.
Esto se aclara en el juego de palabras del tercer poema,
“Glandelocuente”: “glande convidando el desboque de mi lengua/ ranura ensecretada
en el diente de la piel” (15). De
inmediato se pasa a las zonas erógenas del sexo entre dos hombres: felatio (el acto de dar placer al pene
por medio de los labios, la boca toda) y la penetración anal.
Ya
en “retornos”, la segunda sección, se continúa
con esta metáfora erótica: “tu beso es el prepucio de esta carne que no parte”
(40). Esa piel móvil que cubre la cabeza
del pene, o el glande, es también “ese verso y ese verbo” (40) creando una
poética donde el cuerpo del amado se confunde con el territorio o dominio de la
literatura: “maldito beso erecto en la memoria/ tu beso/tu beso es/ mi verbo y
mi muerte” (40-41). El beso (contacto de
cuatro labios) se transforma primero en verbo, luego en memoria y, finalmente,
en verbo y muerte, en un orgasmo. Amén
de que el “maldito beso erecto” es también un pene en ebullición. Es un retorno, es una vuelta, es un venirse o
devolverse después de eyacular.
La
tercera y última sección es “relicarios”, misma que cierra El tiempo de los escarabajos retomando esa imagen de la muerte en
el poema de homenaje a Manuel Ramos Otero. Manuel ha sido considerado por
muchos el fundador de la poesía cuiar
boricua, con dos textos mayores: El libro
de la muerte (1985) e Invitación al
polvo (1991). “Pasaporte a la ceniza”,
el poema en cuestión, suma tanto Eros como Thanatos,
para regalarnos el ansia del poeta (“y es que a veces no me basta decantar la
sed de tanta compañía”, 58), o la
bellaquera esencial que permea todo Invitación
al polvo, y que Ángel Antonio
recrea aquí como acicate hacia la muerte (“se me hace imperativo irme de ti”,
59) hasta llegar al verso final que define las despedidas como “un desfile de
espaldas que se alejan” (59).
Los
relicarios son los lugares donde se guardan o custodian las reliquias. Esta tercera parte del poemario abre con el
poema “osarial” y contiene otros poemas como “funeral de la caricia” y
“mortaja”. Se trata de guardar la memoria de Manuel Ramos Otero como una
reliquia para otros poetas cuiar de
Puerto Rico, como Víctor Fragoso, cuyos versos (“no falta nada/no soy sino mi
último inventario”, 66) cierran como epígrafe en el último poema del
libro. La imagen de la muerte no es
absoluta, sino que se torna en toda una resurrección en los versos finales de El tiempo de los escarabajos:
doy
con la urgencia del rincón más oscuro de tu axila
doy
con la espalda del tiempo y del recuerdo
con
los élitros cerrados a la historia de los cuerpos
con
la resurrección de todas las preguntas.
(66)
Se da con la axila, la espalda del tiempo y la
memoria, con “los élitros” (esas alas duras y cerradas, como unas gruesas
láminas córneas, de los escarabajos) que se cierran a la historia de los
cuerpos, pero a la vez van resucitando todas las preguntas en un recomienzo.
Es
esta poesía madura de un joven poeta, que nos entrega en su segundo poemario un
verso pulido y bien pensado con los ecos de maestros como Constantino Cavafis,
César Vallejo, José Lezama Lima, Severo Sarduy, Víctor Fragoso, Alfredo
Villanueva Collado y Manuel Ramos Otero.
Pero el discípulo Ángel Antonio Ruiz Laboy en El tiempo de los escarabajos los retoma y los entrega engrandecidos
en su propia carne hecha verbo.
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