11.02.2011

Huir de la piel, para volver a la piel: una mirada posible sobre “El tiempo de los escarabajos”


Huir de la piel, para volver a la piel
Una mirada posible sobre “El tiempo de los escarabajos” 
Ángel Antonio Ruíz Laboy - Erizo Editorial (2011)

Por Gastón Malgieri.


Hay que migrar. Irse. Dejar atrás.
Correr por los bordes. Acercarse rápidamente al límite mismo de las cosas, de la noche, de los cuerpos.
Volcar la mirada en ese otro lado, en ese reverso que se nos niega, por mandato, por mesura o simple pereza.
Dejarse ir.
La migración como primera y última posibilidad de encuentro con una existencia más ávida y latente, menos corrompida por tanta disquisición maníaca del deleite.  
Migrar para no ver.
O husmear lo que se abandona, antes de huir. Antes de correr detrás de lo que finalmente siempre se ha anhelado.

Ese pareciera ser el mandato, el clamor detrás de la lírica clásica que inunda el corpus del nuevo poemario del puertorriqueño Ángel Antonio Ruíz Laboy, “El Tiempo de Los Escarabajos”, editado en 2011, en la isla de Puerto Rico, a través del sello “Erizo Editorial”, de dicho país.
Los versos de Ruíz Laboy tienen la pasión de un cultor de la antropofagia, pero entendida como una forma de indagación detrás de tanta máscara;  como una forma de goce y al mismo tiempo, como la insatisfacción que impulsa a descreer del montaje y el disfraz, y por tanto moviliza.  
En estos versos, el goce se hermana (en sus tajos; en sus poluciones; en sus “chorreos”  diría el escritor argentino Néstor Perlongher) con la percepción barroca que Pier Paolo Pasollini imprimió en gran parte de sus films, especialmente en “Saló o los 120 días de Sodoma” sobre aquél famoso libro del Marqués de Sade.  
Pero no se trata aquí de un simple juego de espejos, de un dialogo explícito con el Marqués o con el cineasta italiano, de una intertextualidad forzada o maniquea. Ruíz Laboy va aún más allá.
Hay arranques de pieles transpiradas que descubren nuevas pieles, nuevas capas. Hay huecos que se circulan con los dedos de unas manos que empuñan esas uñas que también son garras, pesuñas, formas de placer. Hay hendiduras, incisiones que se acoplan, gritos que el poeta transforma en gemidos épicos, casi al borde del desgarro.
Hay una especie de sadomasoquismo poético, de sadomasoquismo comunal, grupal, entendido como ruptura del concepto de pareja monogámica, hetero-normativa y eclesiástica. Pero hay más. Hay otro lado de las interpretaciones antojadizas de este cronista.
Hay, también, en los poemas de “El Tiempo de los Escarabajos” vestigios de la apasionada y parca precisión del entomólogo que empuña el escalpelo y va dejando rastros entintados de sus hallazgos en millares de cuadernos y planillas, mientras una apesadumbrada y fría luz alumbra su tarea en la soledad.
Hay, por sobre todas las cosas, una necesidad de hablar de placer. No como aquello instantáneo, descartable, efímero, volátil. Aquello inodoro, insípido y esterilizado que propondría la masturbación en la era 3.0, o las relaciones híper-catódicas y ficcionalizadas de las redes sociales del internet.
Sino como exploración y vuelta al origen. Como aquello que se sabe ajeno al cuerpo que enuncia los versos, aquello que le es impropio a ese yo-poético inestable y sin certezas, respecto del goce, de los bordes sensibles del goce.
Y si, justamente, ése yo-poético obra en la duda, lo que consigue Ruíz Laboy es poner en palabras esa duda, subvertirla con una exquisitez formal al límite (otra vez) de lo inaudito.
Se habla de erecciones, sudor y suturas.
Se enumeran encuentros fugases, melancolías y orgasmos.
Se trasviste el dolor en purga, se profanan los cajones donde alguien enterró las caricias, y se las despoja del lodo y de la mugre, para que emerja el centro mismo de la pulsión.
Y todo ocurre en las hendiduras de la noche, bajo tierra, en los resquicios, ocultándose ante aquellos ojos que insisten en no-ver.
Ángel Antonio Ruiz Laboy, disecciona al cuerpo poético, provoca un tajo en  la comisura de la voz que enuncia y es allí donde supuran líquidos lujuriosos, versos intermitentes, imágenes de una melancolía intensa, cargadas con un erotismo pulsional como pocas veces la literatura latinoamericana se ha dignado a impregnar en la poesis de los cuerpos.
Poco importa lo que este cronista diga o pueda apreciar sobre estos textos. Lo vital reside, justamente en la construcción de sentido que Ruíz Laboy ha hecho en “El Tiempo de los Escarabajos”.  La fuga hacia el deseo como última instancia antes de perder las batallas.
Porque de lo que se habla finalmente, en estos textos, es de huir.
La huida de la piel, para volver a la piel. Una fuga “pandémica y terrestre”, en palabras de este brillante autor. 

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