Huir de la piel, para volver a la
piel
Una mirada
posible sobre “El tiempo de los escarabajos”
Ángel Antonio
Ruíz Laboy - Erizo Editorial (2011)
Por Gastón
Malgieri.
Hay que migrar. Irse. Dejar atrás.
Correr por los bordes. Acercarse rápidamente al límite
mismo de las cosas, de la noche, de los cuerpos.
Volcar la mirada en ese otro lado, en ese reverso que se
nos niega, por mandato, por mesura o simple pereza.
Dejarse ir.
La migración como primera y última posibilidad de encuentro
con una existencia más ávida y latente, menos corrompida por tanta disquisición
maníaca del deleite.
Migrar para no ver.
O husmear lo que se abandona, antes de huir. Antes de
correr detrás de lo que finalmente siempre se ha anhelado.
Ese pareciera ser
el mandato, el clamor detrás de la lírica clásica que inunda el corpus del
nuevo poemario del puertorriqueño Ángel Antonio Ruíz Laboy, “El Tiempo de Los
Escarabajos”, editado en 2011, en la isla de Puerto Rico, a través del sello “Erizo
Editorial”, de dicho país.
Los versos de Ruíz
Laboy tienen la pasión de un cultor de la antropofagia, pero entendida como una
forma de indagación detrás de tanta máscara; como una forma de goce y al mismo tiempo, como
la insatisfacción que impulsa a descreer del montaje y el disfraz, y por tanto
moviliza.
En estos versos, el
goce se hermana (en sus tajos; en sus poluciones; en sus “chorreos” diría el escritor argentino Néstor Perlongher)
con la percepción barroca que Pier Paolo Pasollini imprimió en gran parte de
sus films, especialmente en “Saló o los 120 días de Sodoma” sobre aquél famoso
libro del Marqués de Sade.
Pero no se trata
aquí de un simple juego de espejos, de un dialogo explícito con el Marqués o
con el cineasta italiano, de una intertextualidad forzada o maniquea. Ruíz
Laboy va aún más allá.
Hay arranques de
pieles transpiradas que descubren nuevas pieles, nuevas capas. Hay huecos que
se circulan con los dedos de unas manos que empuñan esas uñas que también son
garras, pesuñas, formas de placer. Hay hendiduras, incisiones que se acoplan, gritos
que el poeta transforma en gemidos épicos, casi al borde del desgarro.
Hay una especie de
sadomasoquismo poético, de sadomasoquismo comunal, grupal, entendido como
ruptura del concepto de pareja monogámica, hetero-normativa y eclesiástica. Pero
hay más. Hay otro lado de las interpretaciones antojadizas de este cronista.
Hay, también, en
los poemas de “El Tiempo de los Escarabajos” vestigios de la apasionada y parca
precisión del entomólogo que empuña el escalpelo y va dejando rastros entintados
de sus hallazgos en millares de cuadernos y planillas, mientras una apesadumbrada
y fría luz alumbra su tarea en la soledad.
Hay, por sobre
todas las cosas, una necesidad de hablar de placer. No como aquello instantáneo,
descartable, efímero, volátil. Aquello inodoro, insípido y esterilizado que
propondría la masturbación en la era 3.0, o las relaciones híper-catódicas y
ficcionalizadas de las redes sociales del internet.
Sino como
exploración y vuelta al origen. Como aquello que se sabe ajeno al cuerpo que
enuncia los versos, aquello que le es impropio a ese yo-poético inestable y sin
certezas, respecto del goce, de los bordes sensibles del goce.
Y si, justamente, ése
yo-poético obra en la duda, lo que consigue Ruíz Laboy es poner en palabras esa
duda, subvertirla con una exquisitez formal al límite (otra vez) de lo
inaudito.
Se habla de
erecciones, sudor y suturas.
Se enumeran
encuentros fugases, melancolías y orgasmos.
Se trasviste el
dolor en purga, se profanan los cajones donde alguien enterró las caricias, y se
las despoja del lodo y de la mugre, para que emerja el centro mismo de la
pulsión.
Y todo ocurre en las
hendiduras de la noche, bajo tierra, en los resquicios, ocultándose ante
aquellos ojos que insisten en no-ver.
Ángel Antonio Ruiz
Laboy, disecciona al cuerpo poético, provoca un tajo en la comisura de la voz que enuncia y es allí
donde supuran líquidos lujuriosos, versos intermitentes, imágenes de una
melancolía intensa, cargadas con un erotismo pulsional como pocas veces la
literatura latinoamericana se ha dignado a impregnar en la poesis de los
cuerpos.
Poco importa lo que
este cronista diga o pueda apreciar sobre estos textos. Lo vital reside,
justamente en la construcción de sentido que Ruíz Laboy ha hecho en “El Tiempo
de los Escarabajos”. La fuga hacia el
deseo como última instancia antes de perder las batallas.
Porque de lo que se
habla finalmente, en estos textos, es de huir.
La huida de la
piel, para volver a la piel. Una fuga “pandémica y terrestre”, en palabras de
este brillante autor.
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