3.03.2010

Ensayo crítico de la exposición Idilios de Julio Amill Martínez


La retórica pictórica en Idilios de Julio Amill Martínez está conformada por capas o fragmentos semánticos que superpuestos delinean un todo armónico y utópico, pero también existe en su propuesta una sutil venganza de lo humano sobre la máquina y de lo sensible y único sobre la producción en masa. 

La máquina ha venido, desde la invención de la cámara fotográfica, a ocupar un espacio relevante en el mundo del arte y de la representación. Por algunos ha sido percibida como una amenaza y por otros como una aliada.  Éste último es el caso de nuestro artista, quien manipula fotografías digitalmente para luego reproducirlas como mandalas de color en un ritual creativo y espiritual, que un tanto imita la tradición serigráfica. Reduce la máquina a su función mecánica y sacraliza la gestión del artista como manipulador del artificio y creador de una pieza única e irrepetible. Julio Amill parece vengar la gesta de Deep Blue sobre el ajedrecista Kasparov y a su vez hacer un revés elíptico hacia Andy Warhol y el arte pop y su distanciamiento de la pieza única.  De hecho, la obra presentada, no escapa de lo pop y de lo kitsch en cuanto rescata imágenes comunes y accesibles a través del Internet y las vuelve piezas de arte. 
 
Si bien el componente erótico es patente en esta obra y es una de las capas más perceptibles, su tratamiento no escapa al referente espiritual que acompaña la representación del cuerpo humano desde sus principios. Desde la Venus de Willendorf hasta las piezas de santería puertorriqueña, la representación de la figura humana tiene siempre un componente mágico.  Esta mágia no es otra que el cuerpo mismo o la relación entre los cuerpos, la búsqueda del balance –que bien se refleja en las posturas y en la composición de las piezas-.  Estos cuerpos, algunos en solitario y otros en pareja, buscan un centro.

En el caso de los individuos ese centro se alcanza en el equilibrio, las figuras parecen fundirse con el vacío o tal vez con el todo que los rodea y que al que el artista nos ha cegado visibilidad y pintado en negro.  Transmutan un sentir más íntimo y cálido desde la selección del color, de la composición y del formato.  Parece dialogar esto con la pintura japonesa, donde la perspectiva no existe, todo cohabita en un mismo plano y aún así hay una percepción del espacio, del orden y del todo.  Los cuerpos de la exposición Idilios, son paisajes vueltos rompecabezas que se funden con lo oscuro y sólo a la distancia y a través de un ejercicio casi meditativo, se vuelven palpables al ojo.

En cambio en las piezas de parejas, con formatos mayores, hay una exaltación del color, una falta de espacio o un exceso de erotismo que entonces catapulta la imagen sobre sus límites visibles y permea el espacio que la rodea haciéndolo partícipe de la obra. Un tanto recuerdan a los grandes expresionistas de la época de la posguerra quienes también estaban influenciados por las culturas asiáticas y la mirada al yo en el contexto colectivo. El carácter andrógino de las figuras, igualmente permite al espectador una identificación o una innecesaria identificación de los sujetos para motivar el verdadero mensaje, el cuerpo –y el erotismo-  son un medio para y del espíritu.

El medio del que el artista se vale, pintura para casas, y su paleta de colores, dictada por catálogos con combinaciones pre-escogidas, hablan tanto del cuerpo como recinto sagrado, como del azar en la creación artística.  Esa medio con el que se crea la imagen de lo íntimo, es con el que se recubren las paredes de lo externo.  Esa capa de piel –y/o de pintura- es el límite entre el espacio privado y el espacio público. He aquí la gran pregunta en la obra de Julio Amill Martínez, dónde comienza el yo y dónde se funde con lo otro.

Estas piezas parecen no tener un artista, parecen haber sido creadas digitalmente, por la precisión de la técnica, la falta de un trazado perceptible, la nitidez de la imagen. En cambio, pese a esa precisión, son piezas que divagan entre lo abstracto y lo figurativo, exigiendo al ojo cierta distancia, distancia que exige la pieza, como si resguardara el espacio de lo íntimo. No pierde por ello la obra valor como la una o la otra, como abstracción o figuración, al contrario, potencia ambas experiencias dado que puede disfrutarse su apreciación a varias distancias, distancias que también son capas de espacio.  La distancia modela nuestra percepción, parece ser el supuesto en el que se ancla este juego de miradas.

Todas las capas, muchas veces dicotómicas o antitéticas que presenta el artista, hacen de esta obra plástica una rica en interpretaciones y experiencias, la primera siempre dada por la segunda. De Certau proponía que todo era posible leerlo como se lee un texto, en cuyo caso, las piezas de Julio Amill Martínez son poemas dentro de la mejor tradición mística, reinterpretadas en un lenguaje kitsch que incorpora las corrientes orientales procesándolas a través de la tecnología, que todo lo unifica, en capas múltiples de tiempo y espacio.


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