La
retórica pictórica en Idilios de Julio Amill Martínez está conformada por
capas o fragmentos semánticos que superpuestos delinean un todo armónico y
utópico, pero también existe en su propuesta una sutil venganza de lo humano
sobre la máquina y de lo sensible y único sobre la producción en masa.
La
máquina ha venido, desde la invención de la cámara fotográfica, a ocupar un
espacio relevante en el mundo del arte y de la representación. Por algunos ha
sido percibida como una amenaza y por otros como una aliada. Éste último es el caso de nuestro
artista, quien manipula fotografías digitalmente para luego reproducirlas como
mandalas de color en un ritual creativo y espiritual, que un tanto imita la
tradición serigráfica. Reduce la máquina a su función mecánica y sacraliza la
gestión del artista como manipulador del artificio y creador de una pieza única
e irrepetible. Julio Amill parece vengar la gesta de Deep Blue sobre el
ajedrecista Kasparov y a su vez hacer un revés elíptico hacia Andy Warhol y el
arte pop y su distanciamiento de la pieza única. De hecho, la obra presentada, no escapa de lo pop y de lo
kitsch en cuanto rescata imágenes comunes y accesibles a través del Internet y
las vuelve piezas de arte.
Si
bien el componente erótico es patente en esta obra y es una de las capas más
perceptibles, su tratamiento no escapa al referente espiritual que acompaña la
representación del cuerpo humano desde sus principios. Desde la Venus de
Willendorf hasta las piezas de santería puertorriqueña, la representación de la
figura humana tiene siempre un componente mágico. Esta mágia no es otra que el cuerpo mismo o la relación
entre los cuerpos, la búsqueda del balance –que bien se refleja en las posturas
y en la composición de las piezas-.
Estos cuerpos, algunos en solitario y otros en pareja, buscan un centro.
En
el caso de los individuos ese centro se alcanza en el equilibrio, las figuras
parecen fundirse con el vacío o tal vez con el todo que los rodea y que al que
el artista nos ha cegado visibilidad y pintado en negro. Transmutan un sentir más íntimo y
cálido desde la selección del color, de la composición y del formato. Parece dialogar esto con la pintura
japonesa, donde la perspectiva no existe, todo cohabita en un mismo plano y aún
así hay una percepción del espacio, del orden y del todo. Los cuerpos de la exposición Idilios,
son paisajes vueltos rompecabezas que se funden con lo oscuro y sólo a la
distancia y a través de un ejercicio casi meditativo, se vuelven palpables al
ojo.
En
cambio en las piezas de parejas, con formatos mayores, hay una exaltación del
color, una falta de espacio o un exceso de erotismo que entonces catapulta la
imagen sobre sus límites visibles y permea el espacio que la rodea haciéndolo
partícipe de la obra. Un tanto recuerdan a los grandes expresionistas de la
época de la posguerra quienes también estaban influenciados por las culturas
asiáticas y la mirada al yo en el contexto colectivo. El carácter andrógino de
las figuras, igualmente permite al espectador una identificación o una
innecesaria identificación de los sujetos para motivar el verdadero mensaje, el
cuerpo –y el erotismo- son un
medio para y del espíritu.
El
medio del que el artista se vale, pintura para casas, y su paleta de colores,
dictada por catálogos con combinaciones pre-escogidas, hablan tanto del cuerpo
como recinto sagrado, como del azar en la creación artística. Esa medio con el que se crea la imagen
de lo íntimo, es con el que se recubren las paredes de lo externo. Esa capa de piel –y/o de pintura- es el
límite entre el espacio privado y el espacio público. He aquí la gran pregunta
en la obra de Julio Amill Martínez, dónde comienza el yo y dónde se funde con
lo otro.
Estas
piezas parecen no tener un artista, parecen haber sido creadas digitalmente,
por la precisión de la técnica, la falta de un trazado perceptible, la nitidez
de la imagen. En cambio, pese a esa precisión, son piezas que divagan entre lo
abstracto y lo figurativo, exigiendo al ojo cierta distancia, distancia que
exige la pieza, como si resguardara el espacio de lo íntimo. No pierde por ello
la obra valor como la una o la otra, como abstracción o figuración, al
contrario, potencia ambas experiencias dado que puede disfrutarse su
apreciación a varias distancias, distancias que también son capas de
espacio. La distancia modela
nuestra percepción, parece ser el supuesto en el que se ancla este juego de
miradas.
Todas
las capas, muchas veces dicotómicas o antitéticas que presenta el artista,
hacen de esta obra plástica una rica en interpretaciones y experiencias, la
primera siempre dada por la segunda. De Certau proponía que todo era posible
leerlo como se lee un texto, en cuyo caso, las piezas de Julio Amill Martínez
son poemas dentro de la mejor tradición mística, reinterpretadas en un lenguaje
kitsch que incorpora las corrientes orientales procesándolas a través de la
tecnología, que todo lo unifica, en capas múltiples de tiempo y espacio.
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