5.13.2011

Las migraciones de Ítaca y el retorno de la ley natural: la construcción de la sexualidad en “El tiempo de los escarabajos” de Ángel Antonio Ruiz Laboy


presentación realizada por David Caleb Acevedo en La Palabra en Plaza

La pregunta que contesta este hermoso libro, “El tiempo de los escarabajos” del poeta Ángel Antonio Ruiz Laboy, no es si se puede escapar de la muerte. Tampoco cómo escapar de ella. En él, más bien, la muerte es una migración más que se acepta como se aceptan conceptos tan básicos como la luz, la oscuridad, y las alas de las luciérnagas. La noche, o la muerte, es un pájaro o un insecto que se presiente en el petróleo de los sueños, y aquí confirmo algo que siempre he sabido, que los sueños tienen una substancia propia, que no es éter ni quintaesencia, sino, propiamente, petróleo, y la noche tiene un peso atómico sobre la luz, muy al estilo de “Manhattan Transfer” de John Dos Pasos.

La primera parte del libro se nos abre como un catálogo de sexualidades asumidas. “Dilatar” es una glorificación al sexo anal, mientras “Glandelocuente” hace lo propio con el oral. Hay un elegantísimo trabajo de la palabra, de un gusto muy clásico, dicho sea de paso, cuando el ano se construye con las siguientes imágenes, y cito: “el cierre del ojo de la aguja”, “la húmeda fisura del deseo circular” y “la pulpa de los abismos que claudican a la piel”. La boca se construye como “la costura del viento”. En “atraganto” se habla de lo que es la técnica del deep throat, mientras la masturbación se trabaja en “pandémica y terrestre”. En este último poema, sin embargo, hay mucho más, y se esconde, gloriosa, la tesis del libro.

Sucede que para el poeta, “desvestir la pubertad tantas y tantas veces” es sinónimo de amor comunal. El amor también puede ser una pandemia que arrope el mundo, que una en lazos comunales de afecto en un comunismo del amor. Esto es una continuación de la retórica hippie del peace and love, que a su vez se construye como una continuidad de otros tantos intentos de eliminar restricciones al sexo, nuestro acto más creativo de expresión, sea quien sea el acompañante, que han aparecido a través de la historia. Se me ocurre que sólo he visto esta propuesta, trabajada de esta forma tan elegante, sólo en este libro, en la serie de libros fantásticos victorianos de Sharon Green “The Blending” y en la película Shortbus, de John Cameron Mitchell. Ángel Antonio, sin embargo, va mucho más allá, al proponer que la promiscuidad es la solución a la distancia y el distanciamiento de nuestra especie, con esta maravillosa línea “descubrí que lo fugaz justifica la existencia de lo eterno”.

“Tajeadas” es una oda al sexo lésbico. Hay “un junte de mi tajo con tu tajo”, en el que el poeta asume la voz femenina sáfica en segunda persona, obligando al lector, no, seduciendo al lector, a adoptarla de igual manera. El poema, sin embargo, es una invitación universal al junte de las carnes, y por ende, el junte, no de los espíritus, sino de los amores, un tema que recurre a lo largo del poemario.

El tema del nido, ya sea el de un pájaro o el de un insecto, porque los insectos también anidan, se nos da como metáfora para los órganos sexuales receptores, que bien puede ser la vagina o el ano. Y es que un nido, que también puede ser una cama, es un órgano sexual en sí mismo. ¿Cuántas veces la cama no gime por sí sola, en recuerdo de los tumbos que en ella dan sus dueños? Asimismo, los puertos, cuando el viaje, la migración, es el sexo. Cito, del poema “fe con suelo”: “perder la fe […] es denunciar el desconsuelo”.

Mi poema favorito de todo el libro es “ley natural”. “Embestir el aire en una maroma”, metáfora para la masturbación, “a veces sólo basta”. Y tiene razón, sobre todo cuando las manos tienen cayos de la memoria, y las saetas (eyaculaciones o emisiones de semen) de lo inmóvil, invitan al lector a pensar que la muerte es sólo una movilidad más, que si las palomas tienen fe en los rayos, entonces abrazarse al vacío de una caída es, no sólo la solución al misterio de la muerte, sino al dejarse llevar por el amor y el sexo. No hay remordimientos en este libro tan elegante y tan franco, porque el sexo y el amor, como los insectos y los pájaros, son migratorios y hasta estacionales.

Finalmente, y no porque éste sea el final del libro, pero sí el final de esta presentación, encontré una joya en el poema “’Itaca profunda”, en el que el poeta conversa con Kavafis y su poema “Ithaca”, y cito de éste último: “wish for the road to be long… do not fear… your spirit and body are touched by a fine emotion… The Lestrygonians and the Cyclops, a savage Poseidon you will not encounter… you will enter ports seen for the first time… to learn and learn from the cultivated.” Ángel Antonio contrarresta: “luego de habitar el infinito viaje, no me sé”, demostrando, nuevamente, que la muerte es sólo otro viaje, hacia otro cultivo.

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