5.21.2010

pandémica y terrestre



A Jaime Gil de Biedma
porque he querido hurgar hasta la sabana de tu voz para verme
dormido y no tocarme desde lejos la piel que no me tengo
hasta hallar la huella dactilar de tu palabra erguida
en medio de mi cama y darme hasta el exceso
y descubrirnos limpios de poesía pero sucios de la vida.
 








imagina que ahora de hombre a hombre conversamos
sometidos al oscuro secreto de las noches en un bar
imagina cuando asoma la melancolía entre las cejas de los tristes
cuando la comunión del espíritu no se abrace a la botella
cuando el humo ya olvide la desolación dormida entre los ceniceros
cuando se cuele el tema de la vida entre el hielo de este whisky
y el recuerdo parezca una embriaguez inagotable,
imagina entonces que desvisto este corazón infiel
para mostrarte desde mis manos los nidos de los pájaros
que una vez me amaron y que al final de su estación también volaron.
 
tendré que hablarte de la impaciencia en el orgasmo
de volver al cuerpo carnada en otro anzuelo
de desvestir la pubertad tanta y tantas veces
hasta lograr el cansancio de las canas, la palidez del beso
y que aun así,
sea imposible entrar en unos brazos sin deslumbramiento
sin sentir el mismo temblor –aunque sea por un instante-
que sacudió a mis veinte años la fe de que un amor se perpetúe
en presencia de abrazos obnubilando el sol de la mañana
en todos mis despertares vuelto tatuaje de mi sábana.
 
para saber del amor, haber estado sólo no es suficiente
tal vez cuatrocientas noches y una más
en cuatrocientos cuerpos y tal vez en uno más
besar bocas que nunca pronuncien al amor
deambular por cuerpos que se sepan pasajeros
prometer una caricia y dolerse en ella como en su propia ausencia
y llorarse solo, después de darse todo hasta el vacío.
el amor siempre es un misterio para el cuerpo en que se lee
pero huye de los besos del que intenta allí aprehenderle.
 
por eso atesoro el pasado como a una imagen rota
porque me descubrí también buscando ese tendón dolido
en que hundirme a los misterios de las noches
y asomarme la piel hasta las navajas del deseo pasajero.
porque en tantos rostros ajenos y dispersos
y en tantos moteles de una noche y muy ajenos
y en esquinas mojadas de minutos y de nombres
(que el recuerdo no puede construir sin sentir que es uno
uno y sólo uno, el beso que me regaló la muerte)
 
yo también descubrí la soledad de tanta compañía
descubrí que lo fugaz justifica la existencia de lo eterno
y no al revés, como dicta la sabiduría de la promiscuidad
porque en el amor también es importante el tiempo.
 
siempre supe que de nada me valdría tanto amor disperso
sin la certeza de ese brazo robando pesadillas en mi noche.
íntegra imagen de mi vida, asomada en tanto rostro de juventud
en tanto beso anónimo firmando el cielo por mi boca


me diste el alma a sorbos diluida en tragos y bohemias
de esas que anteceden las noches memorables que se olvidan.
 
no hay lujuria que compare a tu silencio si me miras
si me asomo al reflejo del recuerdo de tus manos
ahora que borrosas tus caricias me deliran nuestra historia
febriles como el paso de los años que despojan
lo que fue tanta belleza, tanta fuerza, tanta imagen repetida
que hoy pasea en el recuerdo de los rostros desechados por el tiempo
mientras tú y yo seguimos
juntos
hasta morir en paz
los dos
como dicen que mueren los que se han amado mucho.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusta muchísimo! Es un poema hermoso.
Antonio J.P.