1.18.2006

Las vidas oscuras

Se quitó el guante con la calma necesaria para desesperarlo. Desajustó el vinilo de entre los dedos, donde se adherían más firmemente y luego desenrolló el negro que le encubría de poco más arriba de los codos, mientras lo miraba con desprecio. Lo escupió.

Sus brazos de carne cincelada a punto de reventar, atados hacia atrás, exponiendo la cueva oscura de sus axilas y enmarcando su cara, con unas esposas algo viejas pero sin jubilar aún. Tenía la camiseta de alguno de sus equipos, tan mojada que se pegaba a su cuerpo añadiendo una décima capa a su piel, dejando entrever su cuerpo, imposible de imaginar dominado. El sudor buscaba cause entre la pendiente disimulada que se formaba en la convergencia de cada dos músculos. Se deslizaba entre sus brazos hasta la masculina velludez de sus sobacos, hacía parada y seguía en busca de su delta. Su cuerpo permanecía como un mantel de carne sobre la pesada mesa de madera desde donde se habían extraditado algunos libros ajenos al asunto. Ella subió a la mesa de un brinco para caer felina sobre sus piernas, una araña en cada mano, saboreando su víctima. Entonces le golpeó en la cara con sus guantes negros recién quitados, un golpe como un latigazo, como un relámpago a su mirada que recién despertaba a contemplar imágenes, aún en trance. Sus ojos intentaron abrir, pero el peso de la saliva sobre sus párpados, era como un deslizamiento que mojando las pestañas le añadía peso a sus ya cansadas y en trance ganas de mirar.

Fue entonces cuando se asomó en su campo visual aquel estilete femenino, negro cual caculo casi azul.

-¡Chupa!

El aún deliraba, su boca como una almeja rosada, como una herida fresca sin sangre que se brota como capullo de flor, también deliraba con él.

-¡Qué chupes puñeta!

Metió, sin mucho éxito, el taco del estilete entre su boca virgen de zapatos y le hizo despertar resistencias no imaginables considerando su estado de trance. Se agachó sobre él, enfrentó su cara a su cara. El reconocimiento no se hizo esperar pero ella invadió sus pensamientos con una sentencia que le hizo temer, más que asquearse.

-O lo mamas o te mato. ¡Abre!

El titubeó, trató de verle de nuevo a la cara, pero el estilete se asomó expedito a su boca. La abrió y lamió el estilete. Lo aprensó con sus dientes. Lo chupó. Empezó a llorar.

Los días siguientes transcurrieron de manera semejante, no digamos que normal, porque no era la norma de ninguno de los dos, lamer el sudor o dejarse lamer, ni recibir enemas ni ponerlas, ser jugado y jugar, entre las tantas perversiones ocultas tras los años, tras la imagen. El se fue acostumbrando con el tiempo, del asco al placer, de la dominación a la sumisión, de la voluntad a la animalización. Daba lo mismo agua que orín, golpe que caricia.

En la universidad empezaban a cuestionar su asusencia, la de ella la notaron algunos compañeros de trabajo, tal vez los más cercanos, tal vez los más lejanos, los pocos que le hablan o los muchos que de ella hablaban. Nadie imaginaba que se encontraba adiestrando al director atlético como se adiestra a un perro. Ya luego de algunas semanas de ausencia, cuando la vida deportiva del campus se declaraba el luto ante la perdida de su director, en tiempos de competencias atléticas y cuando la oficina de reclutamiento comenzaba a pensar la idea de abrir una convocatoria para la plaza que nadie notaba vacía, ella decidió que iría a trabajar.

Se dejó su ropa interior de pieles negras. Unas medias negras en veladura sobre sus piernas, una blusa blanca que cubría sus brazos y que le asfixiaba el cuello si no caminaba derecha; una falda distintivamente suya, en tabletas de tela a cuadros en colores oscuros. Todo escogido para disimular en ella toda posible marca de una silueta femenina. Su pelo: el mismo paje negro de hace 50 años. Su delgadez le daba la complicidad perfecta para lucir la imagen de mujer indefensa, sus gestos recogidos en medio de la cara y su andar de pasos presurosos manifestaban una mujer aparentemente tímida.

Siete y treinta de la mañana, día posterior a las competencias atléticas, la universidad en pie para celebrar frente al emblemático edificio histórico, la histórica victoria conseguida. Llegó entre las palmas y por primera vez no tuvo que pedir permiso, el camino se despejaba ante su paso. Todo aquel que la ignoró antes hoy la miraba. Atravesó la multitud, caminó hacia la biblioteca y allí, junto a las bicicletas, amarró al que iba de su mano atado por una cadena, con rodilleras, con máscara y con rabo de vinilo falso, que movía contento. Abrió la puerta, sintió dos fríos diferentes y detuvo el paso. Sonrió. Se encaminó por el pasillo a remendar más libros, a retomar tareas, a ser una esclava de las historias de amor narradas en los libros desteñidos, como se destiñen a la par sus historias.

Entonces él ladró de la emoción.

-¡Uauuuff! !Uauuuff!

1 comentario:

no apta para la humanidad dijo...

Este cuento fue una sorpresa sumamente agradable!!!
Me encanta la inversión de roles. La mujer que aparenta ser frágil es la que domina en el acto sexual. El hombre joven y atlético es la mascota. Está genial también el juego de disfraces que haces. Das a entender que ella en realidad ES la dominatrix y se disfraza de mujer débil y sumisa para interactuar en la sociedad. Por lo mismo está genial que al final "salieron del closet" por ponerlo de alguna manera. Además, chévere romper con el mito que las mujeres a cierta edad dejan de ser sexuales.
Definitivamente hay una línea divisoria muy difusa entre el asco y la belleza, entre el dolor y el placer. Un cuento fascinante y sabroso. De veras que da gusto leerte.