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Ñ
escritos del otro para los otros
7.13.2012
carne de caimán
la brea es un caimán desparramado
un colmillo sin bandera merodeando la ciudad
mojándose de vidrios rotos las esquinas
deambulando su cola áspera de piedras
multiplicando su mordida en cada cruce
como una raíz que crea deseos y peligros
como un fusil que huele a sangre y callejones
la brea es el territorio eterno de la sombra
y el gatillo que dispara el viaje de las ruedas
es que el caimán también es la piel de los caminos
y es el campo de batalla de las armas y sus gangas
de niños tatuados de crimen en los ojos
que guardan en su mente un arma letal que no es juguete
que apuntan al paisaje que no existe
porque todo es brea o casquillo iluminado
porque todo es sonido de cañón sin un manual
que advierta la fragilidad de nuestros cuerpos
que nombre la pérdida y el calibre de los llantos
la brea es una bala de bifurcada trayectoria
donde el cielo es una foto al que se apunta
sin herirle los sesos a ninguna religión
y duele ver que la desigualdad puede ser un arma en otra mano
o ser la ausencia de heridas y la cantidad de cigarrillos
y poder gritar no sin sentirnos obligados a creernos enemigos
porque ante el paso del caimán todos migramos
a estantes de botellas muy altas para ser consuelo
a llantos muy frágiles para ser filo de machete
a frutos quebradizos del castigo
duele
duele que tengamos que posar ante el recuerdo con nostalgia
y abrazarnos a fotos de efímeras sonrisas
de aquellos aplastados por los pasos del caimán
que cargan cruces invisibles en el alma
duele que crecer sea jugar otra vez a la ruleta
y aprender sea imitar pecados clásicos
somos carne de caimán
y no parece haber camino de regreso
4.15.2012
liquidación
tener el alma arrodillada ante el silencio
tener la piel queriendo ser fantasma
tener todo temblando desde el ojo y ver
que todo cuanto llovizna es rabia abierta
mirada embrutecida y golpes ciegos
que lloran por los causes sin corrientes
tener la sed hecha una grieta sobre el cuerpo
y un par de promesas que humedecen la palabra
tener la herida y la mirada líquida
y fluir desesperado hasta dar con el silencio
tener tanto dolor
es no tener sino la nada.
tener la herida y la mirada líquida
y fluir desesperado hasta dar con el silencio
tener tanto dolor
es no tener sino la nada.
3.31.2012
carne catedral
robusta crisálida de carne
hilas desde la baba boca
trapecios de cristal
columnas nacaradas
quién se atreve a descuidar el peso
que cae sobre tu espalda
que abre laberintos por tus piernas
que engulle el sexo de tu ombligo
quién blasfema la sacristía de tu vientre
con mariposas muertas que no vuelan
con ausencia de panes con escamas
quién te niega el pez y la boca
quien te esconde una tarántula
para ahuyentarse el rezo sobre el lomo
cuajado y cristalino de tu espalda
si la hostia ha sido derretida en tus adentros
si se ha vuelto paloma que te nada
los laberintos secretos de la carne
no gimas la palabra ausente
toma mi nombre y enuncia
las piedras que castigan su pecado
carne catedral
toma mi nombre
duéleme las manos abiertas que te buscan
mastícame los dedos con tu vientre
floréceme las yemas
devórame las uñas
vuélveme eco de campanas en tu altar
toma mi nombre
carne catedral.
púrpura fruncido
clavel morado
flor mamífera
como una esquina de carne
como una flor de carne blanda
como un erizo que pulula sed
besos viscosos
guiñadas rígidas
hueco que palpita y tiene hambre
de escamas bañadas en miel salada
en gritos que desangran
en crímenes que empujan la mirada
de los ojos que no ven
de las bocas que no hablan
del esfínter de paloma expuesto sin sus alas
del pájaro que tiembla sobre el nido
la pradera y sus manteles convidada
la boca abierta
la leche amamantada
desde un clavel morado que se frunce
flor mamífera
boca callada.
flor mamífera
como una esquina de carne
como una flor de carne blanda
como un erizo que pulula sed
besos viscosos
guiñadas rígidas
hueco que palpita y tiene hambre
de escamas bañadas en miel salada
en gritos que desangran
en crímenes que empujan la mirada
de los ojos que no ven
de las bocas que no hablan
del esfínter de paloma expuesto sin sus alas
del pájaro que tiembla sobre el nido
la pradera y sus manteles convidada
la boca abierta
la leche amamantada
desde un clavel morado que se frunce
flor mamífera
boca callada.
eucaristía
sanguijuela hendida en dos
que consume desde el temblor de su mandíbula
posa tu labio en la herida de mis hostias
renáceme el vientre sin las cruces
anídame la sangre desde el sol que anuncia
la venida de nuevas y sangrientas madrugadas.
que consume desde el temblor de su mandíbula
posa tu labio en la herida de mis hostias
renáceme el vientre sin las cruces
anídame la sangre desde el sol que anuncia
la venida de nuevas y sangrientas madrugadas.
3.25.2012
política de la carne
desde cuándo desgajamos nuestros cuerpos
para tejer banderas
para crear fusiles de identidades rotas
para dividir la carne que en el sexo
nos ha unido como a un todo plural y diverso
desde cuándo
para tejer banderas
para crear fusiles de identidades rotas
para dividir la carne que en el sexo
nos ha unido como a un todo plural y diverso
desde cuándo
lo posible
podríamos lamernos las dagas de la carne
de cara al precipicio y hacer un laberinto
de piernas que se rompan para dar paso a las alas
y los ríos que duermen el silencioso paso de las aguas
podríamos compartir el sudor de nuestras sábanas
besar la madrugada desde la misma estación
sorber el sol desde una misma taza y retomar
las faenas de la carne, los peligros del olvido
podríamos agrietar el ojo a la tristeza
cuidar de la ceniza el paso de esta llama doble
y tejer el silencio una y tantas veces
que comulgue tu sueño con mi almohada
podríamos desistir de ser gaviotas y volvernos ala
naufragar la nostalgia y volvernos escama que cincela
un camino de agua o un viaje de humo y sal
podríamos
por decir algo
ser felices, aunque pueda parecer una utopía.
de cara al precipicio y hacer un laberinto
de piernas que se rompan para dar paso a las alas
y los ríos que duermen el silencioso paso de las aguas
podríamos compartir el sudor de nuestras sábanas
besar la madrugada desde la misma estación
sorber el sol desde una misma taza y retomar
las faenas de la carne, los peligros del olvido
podríamos agrietar el ojo a la tristeza
cuidar de la ceniza el paso de esta llama doble
y tejer el silencio una y tantas veces
que comulgue tu sueño con mi almohada
podríamos desistir de ser gaviotas y volvernos ala
naufragar la nostalgia y volvernos escama que cincela
un camino de agua o un viaje de humo y sal
podríamos
por decir algo
ser felices, aunque pueda parecer una utopía.
1.08.2012
canto a la ceniza
a Kenneth Cumba, por la tinta conversada
el temor del fuego habita en las manos del viento
en ceder a la mordida del abismo desde el labio
en compartir el fósil de estas palabras que nos nacen rotas
como a cadáveres de sal tejidos sobre arena muerta
y en hilvanar el rocío que tiembla desde dos espigas
goteando su miel de crisálidas insomnes
está en no nombrar las lenguas ni los cuerpos
está en temblar desde el secreto que pixela los secretos
en la pirotecnia que duerme su violencia entre los surcos
callados de los dedos y del tacto ciego amedrentado
y es que el temor del fuego yergue
su erizo de sol en la mirada ausente
su pólvora de piel desde los dientes
su mordida sin causa, sin freno, sin detente
el temor del fuego apresa estas manos sudorosas
quema la huella de caricias que incendiaron
el fósforo del tiempo, la mirra escondida por la boca
el incienso en huelga de humedales en diciembre
desde dónde ambiciono un canto a la ceniza
sino es desde la ausencia de certezas para el hombre
11.24.2011
la piel que se derrama
a José Lezama Lima y su "Muerte de Narciso"
besar el agua desde su forma desgastada
desde su olor de loto húmedo que asoma hacia el espejo
su mirada de mármol
su piel que se derrama nacarada y triste
en tímidas elipses ondulantes ahuyentadas
los índices de su mano le delatan la nostalgia
el frío le devora cicatrices, le abre escamas
y un tritón se asoma desde el agua enmascarado
con pecho firme de salitre, de branquia agujerada
garza tímida en el agua disfrazada
le ofrece alassu pestaña quiere morder la otra pestaña
y abre la boca como un pico que se asoma
y el vidrio le devuelve el gesto pálido de escamas
máscara y mirada
sed y agua salada
una puerta de cristal, un espejo líquido cual humo
herida delirante derramada entre dos islas
sin gargantas para nombrar su propio riesgo
su sed de abismos paralelos
encarcelados en vidrio y mangle enmudecido
no hubo un grito que advirtiera los peligros
de hundir la piel y darla al encuentro de la raíz del loto
de la sutura del pie que se ausenta en las aletas truncas
del enjambre de silencio que ostenta el eco
en el tuétano más puro y comedido de las algas
no hubo advertencia de las máscaras
de las ausencias del fuego y las trampas de lo azul
él se hundió desde las uñas a los rizos
desgajó su seno al agua como en una sábana de mar
y las gotas poblaron con su lengua el ancho de su espalda
le hilvanaron la rosada pupila de las nalgas
le besaron en negro, azul profundo y desespero
le ahogaron la sed de erizos por su dermis
y él se entregó
se abrazó al encuentro del tritón, garza de escamas
abrió su lengua como concha de mar y brotó perlas de aire
porque un yo añil le prometió orillas diferentes -esfínteres del agua-astas con palomas que florecen la nostalgia de las balas
racimos de corales como murallas frágiles y enervadas
y un estambre de amapola hecha cadena para anclarse
en la arena de otra piel con primaveras de algas
y él le creyó
todo sin reserva de clavel entre las manos
todo sin historia de cuchillo en la garganta
sin maroma de trapecio en la mirada
así el espejo averiguó callado los secretos del rosado
que pigmenta los pezones de la albina carne
del purpúreo erizo que se esconde en las axilas de la piel
así, callado
se derramó el borde de las islas
se unió el labio con el labio, la saliva con la espuma
la nostalgia y la ternura, se unió todo en la torpeza
del loto enamorado y lo profundo del secreto
en la promesa de unas alas desde el agua
Narciso en pleamar fugó engañado
la llama y la ceniza
se me ha vuelto fuego con tu nombre
la urna de cenizas que he arrojado al cuerpo
a la pradera desgastada de silencio
y al cerillo inútil del desprendimiento
una balanza pálida se nubla
trapecista entre la llama y la ceniza
y declama su presagio de humo muerto.
la urna de cenizas que he arrojado al cuerpo
a la pradera desgastada de silencio
y al cerillo inútil del desprendimiento
una balanza pálida se nubla
trapecista entre la llama y la ceniza
y declama su presagio de humo muerto.
puñal de aire
el aire es un esbozo de lo triste
una elipse en terciopelo que se cuaja
en la esgrima de la lengua ilusionada
el aire es un puñal que huele a muerte
calabozo del recuerdo que desviste
el nido que se esconde en su entramado
río del cristal de las quimeras
bandera que me iza la nostalgia
el aire es un puente hacia tu almohada
una elipse en terciopelo que se cuaja
en la esgrima de la lengua ilusionada
el aire es un puñal que huele a muerte
calabozo del recuerdo que desviste
el nido que se esconde en su entramado
río del cristal de las quimeras
bandera que me iza la nostalgia
el aire es un puente hacia tu almohada
la meta
la meta es alcanzar la madrugada
herir la frontera de la luz con la mirada
hurgar el abismo que corroe el alba
que dibuja la cicatriz de la mañana
la meta es alcanzar la madrugada
con olor a yerba humedecida con la lágrima
que surca el silencio transparente de lo oscuro
sin renunciar al nombre de la noche
la meta es alcanzar la madrugada
hundirse en la esperanza y en la sed
mojar los pies en el fango de las horas
en la estela que promete trinitarias
la meta es alcanzar la madrugada
luchar por el hambre de sonrisas que prometan
ilusión de acantilados y tesoros
de paisajes que se den por descubiertos
la meta es alcanzar la madrugada.
herir la frontera de la luz con la mirada
hurgar el abismo que corroe el alba
que dibuja la cicatriz de la mañana
la meta es alcanzar la madrugada
con olor a yerba humedecida con la lágrima
que surca el silencio transparente de lo oscuro
sin renunciar al nombre de la noche
la meta es alcanzar la madrugada
hundirse en la esperanza y en la sed
mojar los pies en el fango de las horas
en la estela que promete trinitarias
la meta es alcanzar la madrugada
luchar por el hambre de sonrisas que prometan
ilusión de acantilados y tesoros
de paisajes que se den por descubiertos
la meta es alcanzar la madrugada.
fe de errata
los umbrales de este ciclo me hayan herido en el tintero pixelado
vuelto polizón del cursivo de tu mano que me enlista en el ayer
tecla ausente, papel ausente, errata ausente, todo ausente
salvo el milagro de tus ojos congelados en pantallas pasajeras
y memorias de cristal que se desgranan en el tiempo.
vuelto polizón del cursivo de tu mano que me enlista en el ayer
tecla ausente, papel ausente, errata ausente, todo ausente
salvo el milagro de tus ojos congelados en pantallas pasajeras
y memorias de cristal que se desgranan en el tiempo.
11.23.2011
tormenta ausencia
tu ausencia es un abismo de esperanzas que desangran
un fusil de luz apuntando a las aortas mas endebles
es un hueco que palpita bajo el trunco abrazo y no llovizna
que inmola la cintura desde un trueno lastimado
la esperanza de luz que se esconde tras el negro de la nube
tu ausencia es la febril molestia de los poros
de miserias que habitan la memoria del rayo
sobre caricias que carcomen deambulantes a la piel
es un estigma que me habita las costillas
cual maroma que simula ser sarcoma titilando
hedionda a suturas que no cierran
que abren su labio de carne viva hacia la muerte
como huellas de tormenta que te nombran sin respuesta.
esclavo de esta llama
quién anida pasajero el caracol desde tu seno
quién mojando de saliva tu cabello
hace eco en tus oídos con tu nombre a cuestas
como caravana de gritos que contienen el silencio
quién gime desde la abundancia de tus sobras
y muerde el vacío que dejas sobre sábanas
húmedas de ti como testigos de lo que fue un nido
como herederas de caricias reinventadas
como sombras de tu olor ilusionadas
como sudor que resucita el erizo de la piel
quién recoge los resquicios de tus alas
para rearmar el vuelo que surge de tu boca
quién ahora te reclama
la piel ausente, el beso a medias, el cuerpo entero
quién se hace esclavo de esta llama
a quién le iluminas la mirada.
desplume de lo triste
la vida me sabe a pólvora en los dientes
a saliva ensangrentada que se traga
y a fuego dormido en la ausencia de palabras
a magnolia seca que naufraga
a nostalgia floreciendo en cementerios
a memorias que fallecen como aves
incendiadas desde el propio vuelo
desde el propio viento
desde lo silente y lo prohibido en ti
desde tu espalda que atraviesa la mirada
desde un ventrículo lastimado que te sigue
a donde vayas
tú, mi pájaro sediento, desplumado y triste
qué seco mi cielo sin tus alas
sin tu verbo de fuego que ahora calla
después de tanto estallido y madrugada.
11.22.2011
Reseña de "El tiempo de los escarabajos" por Daniel Torres
Ruiz
Laboy, Ángel Antonio. El tiempo de los escarabajos.
San
Juan: Editorial Erizo, 2011. 69 páginas.
Daniel Torres
Ohio University
La
imagen de un escarabajo repartido entre la portada, la contraportada, y en la
solapa de atrás del libro, marca el tiempo del título como un reloj poético en
tres instancias: “migraciones”, “retornos”, “relicarios”; repartidas en treinta
y nueve poemas. La precisión del minutero, verso a verso, va señalando también
el ritmo in crescendo de ese “tiempo
de los escarabajos”. Y estos recrean una
poética cuiar, como el mismo Ángel
Antonio lo ha denominado en su ensayística. No se puede olvidar la dedicatoria
del poemario que designa un destinatario: “para tu silencio que es raíz de
todas mis palabras” (7). Los poemas se
ofrecen al “silencio” de ese amado “que es raíz de todas [sus] palabras”. El emisor se vuelca en el receptor como
origen de su discurso poético o como una fuente inagotable.
La
primera sección, “migraciones”, con epígrafe de Vicente Aleixandre (“búsqueda
inútil de una noche perdida,/ ala de luz que cruzando en silencio/ toca carnal
esa bóveda oscura”, 11) inicia la búsqueda nocturna, o migración, en la que se
embarca el hablante lírico desde la primera línea: “a veces duele presentir la
noche” (13). Es un habitar “entre las
alas de los escarabajos” (13), en donde vive también “la sed de toda luz”
(13). Se inicia así esta colección con
un anhelo de “ilusiones que migran al ocaso” (13). Desde las palabras del primer poema se sienta
la pauta de esa poesía cuiar como un
presentimiento o una espera de algo.
Esto se aclara en el juego de palabras del tercer poema,
“Glandelocuente”: “glande convidando el desboque de mi lengua/ ranura ensecretada
en el diente de la piel” (15). De
inmediato se pasa a las zonas erógenas del sexo entre dos hombres: felatio (el acto de dar placer al pene
por medio de los labios, la boca toda) y la penetración anal.
Ya
en “retornos”, la segunda sección, se continúa
con esta metáfora erótica: “tu beso es el prepucio de esta carne que no parte”
(40). Esa piel móvil que cubre la cabeza
del pene, o el glande, es también “ese verso y ese verbo” (40) creando una
poética donde el cuerpo del amado se confunde con el territorio o dominio de la
literatura: “maldito beso erecto en la memoria/ tu beso/tu beso es/ mi verbo y
mi muerte” (40-41). El beso (contacto de
cuatro labios) se transforma primero en verbo, luego en memoria y, finalmente,
en verbo y muerte, en un orgasmo. Amén
de que el “maldito beso erecto” es también un pene en ebullición. Es un retorno, es una vuelta, es un venirse o
devolverse después de eyacular.
La
tercera y última sección es “relicarios”, misma que cierra El tiempo de los escarabajos retomando esa imagen de la muerte en
el poema de homenaje a Manuel Ramos Otero. Manuel ha sido considerado por
muchos el fundador de la poesía cuiar
boricua, con dos textos mayores: El libro
de la muerte (1985) e Invitación al
polvo (1991). “Pasaporte a la ceniza”,
el poema en cuestión, suma tanto Eros como Thanatos,
para regalarnos el ansia del poeta (“y es que a veces no me basta decantar la
sed de tanta compañía”, 58), o la
bellaquera esencial que permea todo Invitación
al polvo, y que Ángel Antonio
recrea aquí como acicate hacia la muerte (“se me hace imperativo irme de ti”,
59) hasta llegar al verso final que define las despedidas como “un desfile de
espaldas que se alejan” (59).
Los
relicarios son los lugares donde se guardan o custodian las reliquias. Esta tercera parte del poemario abre con el
poema “osarial” y contiene otros poemas como “funeral de la caricia” y
“mortaja”. Se trata de guardar la memoria de Manuel Ramos Otero como una
reliquia para otros poetas cuiar de
Puerto Rico, como Víctor Fragoso, cuyos versos (“no falta nada/no soy sino mi
último inventario”, 66) cierran como epígrafe en el último poema del
libro. La imagen de la muerte no es
absoluta, sino que se torna en toda una resurrección en los versos finales de El tiempo de los escarabajos:
doy
con la urgencia del rincón más oscuro de tu axila
doy
con la espalda del tiempo y del recuerdo
con
los élitros cerrados a la historia de los cuerpos
con
la resurrección de todas las preguntas.
(66)
Se da con la axila, la espalda del tiempo y la
memoria, con “los élitros” (esas alas duras y cerradas, como unas gruesas
láminas córneas, de los escarabajos) que se cierran a la historia de los
cuerpos, pero a la vez van resucitando todas las preguntas en un recomienzo.
Es
esta poesía madura de un joven poeta, que nos entrega en su segundo poemario un
verso pulido y bien pensado con los ecos de maestros como Constantino Cavafis,
César Vallejo, José Lezama Lima, Severo Sarduy, Víctor Fragoso, Alfredo
Villanueva Collado y Manuel Ramos Otero.
Pero el discípulo Ángel Antonio Ruiz Laboy en El tiempo de los escarabajos los retoma y los entrega engrandecidos
en su propia carne hecha verbo.
Reseña de "El tiempo de los escarabajos" por Miguel Ángel Náter
Ángel Antonio Ruiz Laboy,
El tiempo de los escarabajos, San Juan, Erizo Editorial, 2011.
Miguel Ángel Náter, Ph.D.
Departamento de Estudios
Hispánicos
Universidad de Puerto
Rico
Este
ejercicio poético, El tiempo de los escarabajos, representa para el
joven poeta Ángel Antonio Ruiz Laboy su primer libro completo, luego de haber
lanzado en 2009, junto con Xavier Valcárcel, un libro curioso -por lo lúdico de
su ejecutoria- titulado Anzuelos y carnadas. Si allí existía una
ausencia de dirección del yo lírico dictada por la juguetona idea de diluir la
autoría en una serie de poemas sin firma y, por lo tanto, sin identidad del
poeta de carne y hueso, hay aquí un yo evidente y que devela una personalidad
literaria muy marcada, tras la huella de las andadas del poeta de carne y
hueso. Liberado de la atadura de un texto sin paginación, sin encuadernación y
sin identificación, Ruiz Laboy enfrenta el mercado de libros y la agenda
editorial con su primer libro, bajo el signo de un símbolo antiguo (el
escarabajo) e inmerso en el lago más tétrico de la existencia humana (el
tiempo). El libro comienza con un lema o dedicatoria que resalta la disyuntiva
entre el silencio del yo lírico y el destinatario, posiblemente el amado. La
poesía surge como una reacción al silencio del otro: “para tu silencio que es
raíz de todas mis palabras”. Dividido en tres partes (migraciones, retornos,
relicarios), el texto parecería demostrar el anhelo del poeta por pautar
una dirección de un viaje con dos movimientos y un tiempo de recogimiento, bajo
el amparo de la religiosidad. El epígrafe de Vicente Aleixandre que abre la
primera sección denota la dirección de la poesía bajo la ironía trascendental,
es decir, la conciencia de que la búsqueda que se emprende es infructuosa. Se
observa lo nocturno como el tiempo de encuentro y reconocimiento del ser. En la
noche, el ala, carnalidad de Ícaro, pugna por develar lo infinito. No se señala el
objeto de la búsqueda; sin embargo, el tacto carnal del ala y lo sideral de la
bóveda indican un contacto deseado, siempre bajo el signo del silencio, que
aquí parece impulsarlo todo, el discurso poético, como en Stephane Mallarmé,
Paul Claudel, Juan Ramón Jiménez, entre tantos otros poetas de la modernidad
que se vinculan con la crítica poética o con la poesía crítica. Posiblemente
sin saber este vínculo, Ruiz Laboy parte de esa relación para plasmar el
reconocimiento existencial anclado en el aspecto más importantes de la realidad
del ser, según lo explicaría Martin Heidegger: el tiempo. El presentimiento de
lo nocturno, como se observa en el primer poema, “presentir la noche”, podría
expresar la pugna entre Eros y Tanatos, el reconocimiento de la imposibilidad
de trascender, de oponerse a lo de arriba, a lo que oprime sin poder ser aprehendido.
Afilia, a su vez, estos poemas a una tradición antiquísima que en la poesía
contemporánea continúa ejerciendo fascinación, como lo destaca Daniel Torres en
la contraportada del libro. Sin embargo, aquí no sucede, como afirma Torres,
que se supere a poetas como César Vallejo, Constantinuis Cavafis o Vicente
Aleixandre. Es ésta una poesía que, por el contrario, va encaminada a fluir
hacia un discurso original. Falta, no obstante, dominio sobre el ritmo -ese
proscrito de la vanguardia-, selección de vocabulario exacto, sugerente, y
eliminación de lo coloquial -ese ara de la antipoesía-. En oposición a la
tradición romántica, Ruiz Laboy da un giro hacia lo luminoso, maniqueísmo que
se observa en un poema como “Muerte de Narciso”, de José Lezama Lima. Como en
este poema, no escapa a las imágenes de lo acuático. Siguiendo las imágenes que
ya había practicado en su libro compartido, Anzuelos y carnadas, el
poema titulado “dilatar” expresa la búsqueda del deseo y de lo callado, del
silencio que se dilata en el tiempo. El ojo de la aguja espera el hilo que lo
atraviese -cuando no sea un camello-, alegoría obvia de la sexualidad. Se busca
acallar ese revuelo (“los itinerarios anuncian el cierre del ojo de la aguja”)
para llegar al silencio (“busco descubrir el instante más callado del
silencio”). Sin embargo, lo que parecía un alejamiento es, en el fondo, una
repetición, un eterno comenzar.
Esta
poesía de Ruis Laboy es, a veces, hermética. Ya es bien sabido que el
hermetismo en la poesía no es nada novedoso, desde el trovar clu de la
Edad Media, pasando por los momentos grotescos y nocturnos del Barroco y del
Romanticismo, hasta desembocar en el simbolismo, el surrealismo y la poesía
neobarroca. Una de las vertientes dentro de ese hermetismo es la metapoesía. En
“Literatura y meta-lenguaje”, Roland Barthes señalaba que la literatura era un
juego peligroso con su propia muerte, lo cual implicaba un estatuto trágico,
pues a la literatura sólo se le permite la pregunta de Edipo: “¿Quién soy?”;
por lo cual se le prohíbe la pregunta dialéctica: “¿Qué hacer?”. Ruiz Laboy
está vinculado con una serie de poetas recientes en Puerto Rico que ya han sido
identificados por su metapoesía (Noel Luna, Javier Ávila, Javier Roig, Miguel
Ángel Náter, Mayda Colón Pagán, Aixa Audín Pauneto, Sofía Irene Cardona, José
E. Santos, Alberto Martínez Márquez), pero más que una poesía sobre la poesía,
es un discurso de impotencia ante el acto poético, casi como si los “poetas”
reconocieran que no pueden escribir “poesía”. Esto es evidente en el poema
titulado “atraganto”, en el cual la grotesca imagen de atragantarse para
expresar el acto poético (o antipoético) lleva a la relación de la poesía con
la deglución. Se contradicen el silencio y las palabras, el eco y la mudez, la
impotencia de Eco frente a Narciso:
me atraganto en el silencio de
esta herida que me nace en la palabra
me vuelvo eco en la mudez de
esta impotencia al enunciar
de la renuncia de los nombres
en huelga de significantes
pero conjugo este dolor y
trinchero desde el margen
y deambulo por la estricta
armonía de unos versos muertos
que fugan a nombrar las
despedidas
La
ausencia de signos de puntuación -grotesco del lenguaje que Mallarmé hizo
herencia clave de la poesía moderna en el poema “Un coup de dés” hacia finales del
siglo XIX-, salvo el punto final de cada poema, igual que la ausencia de
mayúsculas, contrasta con la utilidad de los títulos tradicionales que Ruiz
Laboy ejecuta de manera acertada, como se observa en el poema titulado “el
nombre, la ausencia y la miseria”. Hay en este ejemplo una gradación
descendente que podría ser ascendente, dependiendo de la óptica desde la cual
se observe. Vuelve a aparecer la relación ser / palabra / silencio, aspecto que
en la poesía occidental ha trabajado George Steiner en su ensayo “El silencio y
el poeta”, al referir la pugna entre Apolo y Marcias como imagen de la
incapacidad del lenguaje poético para expresar lo que desea. Sin embargo, la
música, que para Steiner es lo que sustituye a la palabra impotente, ha huido
de la poesía más reciente en Puerto Rico. Ruiz Laboy continúa aferrado a la
idea “vanguardista” de la antipoesía que incorpora lo coloquial y lo prosaico.
Hace falta pulir el ritmo para que haya poesía. No obstante, aquí se trabaja la
especialidad -como en Mallarmé, Apollinaire y la poesía vanguardista-. La
palabra “distancia” expresa el conocimiento de la existencia entre las
palabras. A su vez, parecería que el hombre está en el nombre, a juzgar por la
grafía que sobresale en el primer verso de la última estrofa. Los elementos de
la escritura están dispersos en la misma escritura, de tal manera que la poesía
termina siendo una anti-poesía o no-poesía, como el hombre termina siendo no
hombre en la crasis: “sabernos (N)(H)OMBRE”.
Los
renglones que aspiran a ser “versos” en la estética tradicional, son
innecesarios ante lo coloquial, como se desprende el texto titulado “pandémica
y terrestre”. Este libro de Ruiz Laboy es prosa poética, con toda la
contradicción que encierre tal maridaje. En este texto, lo efímero, el deseo y
la promiscuidad se proponen como solución a la soledad. Sin embargo, ya en la
segunda parte del libro, en el texto titulado “náufrago”, se evidencia el error
de esta propuesta, ya que la reiteración de instantes es una secuela de muertes
y de sufrimientos: “lástima que tú me vuelvas todo vida en un instante / y digo
lástima / no por la vida / sino por el instante”.
Esta
sección del libro, titulada “retornos”, recupera ciertos mitos para revelar el
secreto del poeta: no hay más que conciencia del tiempo; ni la vida ni la
muerte serán expresadas en la poesía, sino en el silencio. Sin embargo, faltaba
trabajo sobre los textos, como puede verse en el final abrupto del primer
poema, titulado “Ítaca profunda”. Con evidente y reconocido influjo de Cavafis,
no logra el impacto de la “Ítaca” del griego. El desconocimiento de sí mismo no
destaca el viaje de conocimiento que implica Ítaca. El viaje laberíntico hacia
el cuerpo del amado, la dispersión hacia lo sideral, podría ser una reescritura
del viaje de Ulises, pero el verso final troncha lo que hubiese sido un buen
poema.
El poema
que da título al libro, ya en la tercera parte, no tiene la calidad de un poema
como el que se titula “la circularidad del tiempo”, en el cual se expresa “el
tiempo de los escarabajos”, lanzados en la mitología egipcia hacia la
eternidad. El juego eterno del ser frente a la imagen del espejo, la sed eterna
de no poder aprehender lo vivido sino en un instante, la imposibilidad de
recuperar lo que se fuga en el tiempo: he ahí la esencia de este libro de Ángel
Antonio Ruiz Laboy, de quien esperamos futura poesía, consciente de la imagen y
del ritmo, del verso y sus diferencias respecto de la prosa.
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