presentación realizada por David Caleb Acevedo en La Palabra en Plaza
La pregunta
que contesta este hermoso libro, “El tiempo de los escarabajos” del poeta Ángel
Antonio Ruiz Laboy, no es si se puede escapar de la muerte. Tampoco cómo
escapar de ella. En él, más bien, la muerte es una migración más que se acepta
como se aceptan conceptos tan básicos como la luz, la oscuridad, y las alas de
las luciérnagas. La noche, o la muerte, es un pájaro o un insecto que se
presiente en el petróleo de los sueños, y aquí confirmo algo que siempre he
sabido, que los sueños tienen una substancia propia, que no es éter ni
quintaesencia, sino, propiamente, petróleo, y la noche tiene un peso atómico
sobre la luz, muy al estilo de “Manhattan Transfer” de John Dos Pasos.
La primera parte del libro se nos
abre como un catálogo de sexualidades asumidas. “Dilatar” es una glorificación
al sexo anal, mientras “Glandelocuente” hace lo propio con el oral. Hay un
elegantísimo trabajo de la palabra, de un gusto muy clásico, dicho sea de paso,
cuando el ano se construye con las siguientes imágenes, y cito: “el cierre del
ojo de la aguja”, “la húmeda fisura del deseo circular” y “la pulpa de los
abismos que claudican a la piel”. La boca se construye como “la costura del
viento”. En “atraganto” se habla de lo que es la técnica del deep throat,
mientras la masturbación se trabaja en “pandémica y terrestre”. En este último
poema, sin embargo, hay mucho más, y se esconde, gloriosa, la tesis del libro.
Sucede que para el poeta, “desvestir
la pubertad tantas y tantas veces” es sinónimo de amor comunal. El amor también
puede ser una pandemia que arrope el mundo, que una en lazos comunales de
afecto en un comunismo del amor. Esto es una continuación de la retórica hippie
del peace and love, que a su vez se construye como una continuidad de otros
tantos intentos de eliminar restricciones al sexo, nuestro acto más creativo de
expresión, sea quien sea el acompañante, que han aparecido a través de la
historia. Se me ocurre que sólo he visto esta propuesta, trabajada de esta
forma tan elegante, sólo en este libro, en la serie de libros fantásticos
victorianos de Sharon Green “The Blending” y en la película Shortbus, de John
Cameron Mitchell. Ángel Antonio, sin embargo, va mucho más allá, al proponer
que la promiscuidad es la solución a la distancia y el distanciamiento de
nuestra especie, con esta maravillosa línea “descubrí que lo fugaz justifica la
existencia de lo eterno”.
“Tajeadas” es una oda al sexo
lésbico. Hay “un junte de mi tajo con tu tajo”, en el que el poeta asume la voz
femenina sáfica en segunda persona, obligando al lector, no, seduciendo al
lector, a adoptarla de igual manera. El poema, sin embargo, es una invitación
universal al junte de las carnes, y por ende, el junte, no de los espíritus,
sino de los amores, un tema que recurre a lo largo del poemario.
El tema del nido, ya sea el de un
pájaro o el de un insecto, porque los insectos también anidan, se nos da como
metáfora para los órganos sexuales receptores, que bien puede ser la vagina o
el ano. Y es que un nido, que también puede ser una cama, es un órgano sexual
en sí mismo. ¿Cuántas veces la cama no gime por sí sola, en recuerdo de los
tumbos que en ella dan sus dueños? Asimismo, los puertos, cuando el viaje, la
migración, es el sexo. Cito, del poema “fe con suelo”: “perder la fe […] es
denunciar el desconsuelo”.
Mi poema favorito de todo el libro
es “ley natural”. “Embestir el aire en una maroma”, metáfora para la
masturbación, “a veces sólo basta”. Y tiene razón, sobre todo cuando las manos
tienen cayos de la memoria, y las saetas (eyaculaciones o emisiones de semen)
de lo inmóvil, invitan al lector a pensar que la muerte es sólo una movilidad
más, que si las palomas tienen fe en los rayos, entonces abrazarse al vacío de
una caída es, no sólo la solución al misterio de la muerte, sino al dejarse
llevar por el amor y el sexo. No hay remordimientos en este libro tan elegante
y tan franco, porque el sexo y el amor, como los insectos y los pájaros, son
migratorios y hasta estacionales.
Finalmente, y no porque éste sea el
final del libro, pero sí el final de esta presentación, encontré una joya en el
poema “’Itaca profunda”, en el que el poeta conversa con Kavafis y su poema
“Ithaca”, y cito de éste último: “wish for the road to be long… do not fear…
your spirit and body are touched by a fine emotion… The
Lestrygonians and the Cyclops, a savage Poseidon you will not encounter… you
will enter ports seen for the first time… to learn and learn from the
cultivated.” Ángel
Antonio contrarresta: “luego de habitar el infinito viaje, no me sé”,
demostrando, nuevamente, que la muerte es sólo otro viaje, hacia otro cultivo.